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CinemaScope

Drácula en tiempos del #metoo

La nueva aproximación al personaje de Stoker ofrece un enfoque pretendidamente original que triunfa y naufraga a partes iguales

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Alguien debe llevar la cuenta del número de veces que se ha llevado Drácula al cine y a la televisión. Hasta hace poco superaba el centenar, aunque de tan prolífica descendencia sólo perviven en el recuerdo las versiones interpretadas por Bela Lugosi, Christopher Lee y, en último término, Gary Oldman. Steven Moffat y Mark Gatiss, en cuya trayectoria figuran sus créditos como guionistas en las series Dr.Who y Sherlock, han sido los últimos en abordar  la célebre obra epistolar de Bram Stoker en forma de miniserie de tres episodios de 90 minutos y bajo el respaldo de Netflix y la BBC. Lo han hecho desde un enfoque pretendidamente original que triunfa y naufraga a partes iguales, brillante en sus diálogos y en su estructuración, mas decepcionante en su afán actualizador de un personaje sometido aquí al capricho de las modas, hasta el punto de generar una incómoda confusión -¿esto es Drácula o Black mirror?-, e incluso plantearnos si nos están tomando el pelo ante determinados giros narrativos.

De hecho, las influencias evidentes que sobrevuelan la puesta en escena funcionan mucho mejor cuando remiten al clasicismo formal de la historia, que cuando pretenden buscar el guiño con el espectador joven, o de ofrecer un producto “moderno”. En el primer caso se hacen evidentes los ecos de las versiones de Coppola, por la sofisticación, y de Terence Fisher, por las dobles lecturas y la evolución del propio relato, aunque los creadores de la miniserie terminan cediendo a la tentación de intentar agradar a un público más mayoritario.

En el reparto, el danés Claes Bang, al que descubrimos en The square, da vida con apurado estilo al noble no muerto, mientras que la británica Dolly Wells encarna la rama de los Van Helsing para fijar el contrapunto que atraviesa uno de los enfoques con los que se revisita la famosa historia, y en el que la mujer deja de ser mero objeto de deseo para interponer su propia voluntad a la del vampiro seductor: el grupo de monjas, con estaca en mano, haciendo frente a Drácula a la puerta del convento define la auténtica verdad de la serie: el conde no tiene nada que hacer en tiempos del #metoo.

 

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