Manuel Benítez ‘El Cordobés’ consultó con su almohada si se retiraba del toreo con cien corridas de toros firmadas y ello provocó la mayor de las alarmas de los grandes empresarios españoles, que corrieron raudos a su finca cordobesa de Villalobillos para que el ciclón reconsiderara su decisión y así lo hizo.
Fue hace cincuenta y cinco años, el 6 de febrero de 1967, cuando el antiguo 'Renco', el desheredado de Palma del Río del "O llevarás luto por mí" de Dominique Lapierre y Larry Collins, se hallaba en la cima de su poder y la España del desarrollismo miraba todo lo que hacía 'el hombre más popular del mundo', como lo bautizó en 1965 la revista 'Life'.
Perfecta encarnación del hombre hecho a sí mismo, Benítez (Palma del Río, Córdoba, 1936) pasó de robar gallinas y tirarse de espontáneo en Las Ventas en 1957, fotografía de desharrapado con la Guardia Civil en el callejón, a aprender a leer entre corrida y corrida, a conducir un Rolls Royce o pilotar su propia avioneta y a cazar, comer y departir con el general Franco: fue tres veces portada de la revista 'Life'.
El Cordobés, que convalece de una operación cardíaca en un hospital de Córdoba, mandaba en el toro, toreaba donde y como quería, puso a sus compañeros en dinero y él mismo lo ganó todo y, en la insolencia del poder, acuñó el término 'kilo' para hablar del millón de pesetas. Era lo que intuyó que pesaba el fajo de billetes verdes, el que luego fue rebajado como 'taco'.
Amigo de Robert Kennedy, él mismo fue llamado Kennedy por algún empresario por su flequillo y la sonrisa permanente que siempre ha acompañado a su imagen, ésa que fue portada de 'París Match' en 1964, entre centenares, y la que hizo que los Beatles quisieran rodar una película con él, a lo que se negó por motivos económicos: entendió que su cuadrilla y él mismo tenían que cobrar lo mismo que los de Liverpool.
Cuando en un momento de la negociación le dijeron que ellos eran cinco, Benítez les contestó a los emisarios de los Beatles con los que negoció en un hotel de Córdoba que su parte eran ocho: “el mozo de espadas, dos picadores, dos banderilleros, el mánager, el chófer y el ayuda del mozo de espadas”, desveló en su día a Radio Córdoba.
No había paso que diera Benítez que no recogieran los medios de la época desde que, ya fenómeno taurino con más de doscientas novilladas en su haber, tomó la alternativa en Córdoba un 25 de mayo de 1963 de la mano de Antonio Bienvenida con su paisano José María Montilla de testigo.
En 1964 cortó un rabo a un toro de Carlos Núñez en La Maestranza, templo del clasicismo que se rindió a su izquierda prodigiosa más que a la aparente heterodoxia de sus desplantes o de saltos de la rana, en 1965 toreó 111 corridas de toroso y batió la marca que hasta entonces tenía Juan Belmonte, lideró el escalafón en 1967,1969,1970 y1971, año de su primera retirada; y entre otras cosas se entretuvo en abrir ocho veces la Puerta Grande de Las Ventas.
Es difícil que las generaciones de hoy alcancen a entender la relevancia y trascendencia internacional de un personaje como El Cordobés, que hacía que un país se paralizara para ver sus corridas por televisión en bares o en los escaparates de las tiendas de electrodomésticos, no en balde eran años en los que no las había en todos los hogares españoles.
En ese contexto, en medio de todo ellos, a empresarios como Livinio Stuick, Pedro Balañá, José Barceló o Diodoro Canorea, entre otros, les llegó que Benítez había decidido dejar de torear, un cataclismo para unas taquillas en las que había gente que había empeñado los colchones de su camas para comprar una entrada.
Los recibió, como se puede leer en el semanario 'El Ruedo' de la época, con su peculiar sonrisa de oreja a oreja y, tras consultar con la almohada, les dijo que había dicho que sí, que reconsideraba su decisión de no torear y que todo volvía a sus cauces habituales, condiciones aceptadas de por medio.
“¡Maldita sea; ésta es la culpable!”, dicen que dijo Benítez, quien emitió un comunicado en el que se podía leer que "El Cordobés, en pro del público, afición, autoridades y fiesta, decide volver a los ruedos, con todas sus consecuencias , ofreciendo su máximo entusiasmo, su entrega y tesón al mayor engrandecimiento de la Fiesta”.
Los empresarios habían transigido con lo de la almohada, pero quisieron poner coto a las altas exigencias económicas del ciclón de Palma del Río, quien volvió a reaccionar dos años más tarde y, ante la presión de las más importantes casas empresariales, se montó una temporada para él mismo y para Sebastián Palomo Linares en plazas de tercera, la que pasó a la historia del toreo como 'La guerrilla': seguía mandando.