Como en el siglo IX, hace más de mil años, la afición islandesa, esta vez de forma pacífica, volvió a asaltar París para apoyar a su selección y convertir a la capital francesa en un reducto vikingo que podría ser talismán para que los hombres de Lars Lagerback alcancen las semifinales de la Eurocopa.
Han pasado muchos años desde que diferentes reyes vikingos, el primero Ragnar Lodbrock en el 845, intentaran asaltar París. Islandia, explorada poco después de aquel año por colonizadores daneses y suecos, concretamente por Naddoddr, Garðar Svavarsson, Flóki Vilgerðarson e Ingólfur Arnarson, casi no existía como país.
Pero esos antepasados, cuando Islandia estaba prácticamente deshabitada, remontaron en varias ocasiones el río Sena para asustar a una ciudad que ahora adora a sus nuevos invasores. A Ragnar y sus 120 barcos solo pudieron sacarles de la ciudad el pago de un tributo de 2.570 kilos de plata y oro que pagó el franco Carlos el Calvo.
Al ataque del 845 le siguió el del 859, el sitio del 885 y la expedición de 1014. Y, un milenio después, de nuevo, los vikingos volvieron a las orillas del Sena para celebrar que su equipo sigue en pie en un torneo que no dejará por 2.570 kilos de plata y oro.
Sólo los jugadores franceses podrán acabar con el orgullo de un pueblo que desea ver a su selección en las semifinales de la Eurocopa. El balón, el césped y once jugadores serán los únicos que pueden devolver a los vikingos islandeses a una isla que está en el centro del mapa europeo desde que sus héroes no dejan de asombrar al mundo del fútbol.
Sus aficionados, a lo largo del día, han ido ocupando zonas emblemáticas de la ciudad, como la torre Eiffel, que horas antes del partido se tiñó de color azul islandés. Cientos de hinchas del cuadro de Heimir Hallgrímsson y de Lars Lagerbäck desafiaron al mal tiempo para colorear una zona siempre llena de turistas impresionados por la alegría islandesa.
Las líneas de metro y de tren de cercanías con destino al Stade de France también aparecieron en el lugar de la "guerra" con los franceses con los vagones atestados de islandeses, que conforme se fueron acercando al estadio aumentaron los decibelios del grito que ya se ha hecho clásico en el campeonato.
El aullido vikingo fue un mantra casi continúo en un trayecto de apenas 15 minutos entre París y Saint Dennis. Ese grito ancestral, al contrario que hace más de mil años, ya no asusta. Tal vez sorprendió a algún parisino despistado, ajeno al fútbol, que se encontró de golpe con decenas de islandeses gritones que expulsaban ilusión por sus gargantas.
Greipur Haraldsson, uno de ellos, afirmó a EFE que la afición islandesa, igual que su equipo, es todo corazón y garra. "Esto que hemos hecho ya es heroico. Pase lo que pase hoy, ganemos o perdamos, da igual. Nunca había disfrutado tanto con el fútbol. Yo ya soy feliz", afirmó con una sonrisa de oreja a oreja.
Ese es el karma que desprenden todos los hinchas de la pequeña isla europea, cuyos hinchas son volcánicos, pero no queman a nadie. Desprenden alegría, esperanza y mucha ilusión.
Los vikingos del siglo XXI asaltan ciudades de otra forma diferente al siglo IX. Ni siquiera un coche explosionado por la policía de forma controlada en los aledaños del Stade de France un par de horas antes del inicio del choque, pudieron con la alegría de una afición que volvió a asaltar París. Eso sí, en esta ocasión, de forma pacífica.