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Desde la Bahía

Ser demócrata

El tiempo no lo cura todo, pero es imprescindible para que la conciencia sea el “bálsamo sublime” que lo consiga

Publicado: 23/03/2025 ·
14:41
· Actualizado: 23/03/2025 · 14:42
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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El jovencito que en el año 1936 tenía quince años, que vio y vivió el estallido del “18 de Julio” tendría ahora 104 años. Podemos citar fechas más cercanas, pero ninguna hace inferior a la edad de 89 años, aunque hubiera nacido en el mismo día que se inició la contienda. Se destruyeron muchas vidas en nuestra confrontación civil y se forjaron “muchos vivos” - entre los que se quedaron y los que se fueron - porque las tragedias tienen su faz más terrible en la rentabilidad que algunos llegan a conseguir a costa de ella. Es cierto que hubo demasiado roce de la epidermis, de la piel, con el brillo áureo de la moneda y que toda ella no llegó precisamente a Moscú, porque antes de iniciar el camino hubo algunas que otras desviaciones. En un despesque, se lleva pescado a su casa hasta el “hormiguilla de la salina”.

Es lógico y además consecuencia de lo ocurrido, la implantación del odio entre aquellos que nunca debieron perder el contacto fraterno. Después surge la venganza que venía fraguándose en el fuego del odio y que se propaga de forma repetitiva en las generaciones posteriores como el eco en las regiones montañosas. El rencor encuentra vivienda duradera en el corazón humano. El abrazo es entonces la fruta caída del árbol que puede pudrirse ante de germinar.

El tiempo no lo cura todo, pero es imprescindible para que la conciencia sea el “bálsamo sublime” que lo consiga. Cumplir años es el mejor placebo para conseguir olvidar el volver la vista atrás. Los sentimientos se guardan porque forman parte de nuestros más valiosos tesoros, evitando que continuamente estén sometidos a exposición o utillaje de mercaderes de espurias ideologías.

No hubo dos Españas, sino una sola teñida de rencor, ávida de venganza y cabalgando desde siglos previos a lomo del “cuadrúpedo” del odio. La envidia se erigió en emperatriz e inspiró el rencor, que a su vez dio lugar al engaño y la mentira como base de la discordancia, precursora de la tragedia, que invadió el país.  ¡Ya está bien! Volvamos al inicio. ¿Quiénes quedan vivos y con qué edades los que pueden tener conciencia real de aquel inhumano acontecimiento. Los jóvenes y adultos actuales son nietos y biznietos de aquellos? ¿Qué se les puede inculcar para que sigan emitiendo rencor por donde pisan, sin darse cuenta de que el rencor nace de la debilidad y, por lo tanto, es al débil al que más lastima y es, además, un sentimiento que indica inferioridad y el reproche continuado que engendra parece decirnos que el hecho en parte se merecía?

El placer de la venganza suele ser muy breve. La reconciliación cronifica el afecto. Un túnel sin orificio de salida es solo un hueco y no le será posible alcanzar la libertad. Siglo XXI no la tienes aún, pero te mereces que España evolucionara hacia una nación de todos, sin más colores que los que dan sus aguas, su sol, su cielo y sus bosques y vegetaciones. El pintar de colores personas o hechos es cosa de niños, es decir de inocentes, o de artistas, es decir, de personas creativas, con encanto y duende, pero no de aquellos que se creen sabios entre los que son o se hacen el tonto y al final ellos son tontos entre los que de verdad saben.

Hay que empezar a tener altas miras. Debía estar ya más que desfasado, el continuo vaivén de los rótulos de calles, avenidas, aulas instituciones de todo tipo, sean oficiales u oficiosas. Creer que con este cambio de iconos somos más libres o democráticos es como creer que el escribir sobre un folio nos hace escritores. La democracia no es una aptitud política, sino una verdadera y perenne actitud ante la vida y ante las personas que nos rodean empezando por la familia y terminando por los que nos son más desagradables.

La memoria histórica o democrática tendrá seguidores que no quieren oír lo que un porcentaje de los ciudadanos piensa de ella en cuanto a su parcialidad. En nuestra contienda no hubo tanta diferencia como para que solo perdieran la vida los de un bando o ideología. Durante el enfrentamiento los hechos alcanzaron la paridad por la que tanto luchamos en otros aspectos de la vida. Un país con número exagerado de leyes se presta a la desconfianza. El soportar las críticas con el mismo énfasis que se emplea para el resentimiento es propio de ciudadanos civilizados y progresistas y fuente sin par de enseñanza democrática.Quizás es cierto que escribo hoy influenciado por una denominación que no me ha sido agradable. Me refiero al continuo referirse en estos dos últimos meses a la Plaza del Rey como la "plaza del carnaval". Es verdad que puede ser algo totalmente convergente con la alegría de esta fiesta y su repercusión en el ambiente isleño, pero había un "mozo de espadas en la cuadrilla de Joselito "El Gallo" que cada vez que olía a cera, ocurría un desenlace trágico en el ruedo y no sé porque parece que hay un tufillo con predisposición de cambio en esta nominación. Creeré que estoy en un error cuando ahora por Semana Santa se le llame la "Plaza de la Cuaresma o de las Cofradías", en julio "Plaza de la Feria", en septiembre "Plaza de la Constitución" y en diciembre "Plaza de la Navidad". Y los rótulos callejeros que sean de personas sin nada que ver con nuestro enfrentamiento civil, sean del signo que sean.

Mis años y lo que he reflexionado a lo largo de ellos no me permiten ni el menor rasgo de molestar y menos insultar a nadie. A mi edad el prestigio solamente lo baso en un hecho: el que mi gente, mi isla, me dé afecto y concordia.

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