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El Loco de la salina

Antonio Troya Magallanes, el cura rojo

Él nunca necesitó medallas, ni condecoraciones, ni títulos, pero nosotros sí necesitamos mirarnos en el espejo de personas como él

Publicado: 18/08/2024 ·
14:59
· Actualizado: 18/08/2024 · 15:00
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Este miércoles pasado fue el entierro de Antonio Troya Magallanes, el cura rojo. A las cinco de la tarde, a las cinco en punto de la tarde, hora caliente, roja y preferida por Federico García Lorca. Su funeral tuvo lugar en la Parroquia de San Sebastián de Puerto Real, ciudad donde fue nombrado Hijo Adoptivo en 2017 con todo merecimiento. Este cañaílla, nacido en San Fernando el 28 de diciembre de 1927, día de los Santos Inocentes como él, querido y admirado por muchos motivos, ha muerto a los 96 años, en silencio, sin decir esta boca es mía, porque lo que tenía que decir ya lo había dicho con el ejemplo a lo largo de su vida. La misa fue concelebrada por una docena de curas, aunque el obispo no apareció. En todo caso, este obispo no hubiera pintado nada allí, porque hubiera sido como mezclar la noche con el día. El añorado obispo Añoveros hubiera estado en primera fila con toda seguridad.

Ahora se ve todo muy fácil, pero hay que ponerse en los años sesenta y setenta, cuando los incansables palmeros aplaudían al dictador y al mismo tiempo ponían el brazo en alto, con lo difícil que es hacer las dos cosas al mismo tiempo, y más con el careto al sol. La policía secreta de aquellos tiempos acudía secretamente a las misas que Antonio celebraba, no por devoción, ni porque fuera fiesta de guardar, sino para tomar nota detallada de sus homilías por si el cura decía algo impertinente para el régimen franquista. Y sin embargo en sus predicaciones no hacía más que exponer lo que se dice claramente en el evangelio sobre los pobres y los necesitados, aunque para la dictadura caciquil decir lo que Antonio decía era totalmente revolucionario. Por eso le llamaban el cura rojo, porque Antonio, a pesar de lucir una larga y espesa barba, no tenía pelos en la lengua. Dicen que le hizo llegar al obispo una nota para que no pusieran a Franco bajo palio, que ya estaba bueno lo bueno. Consciente de que no tenía nada que perder en este mundo y mucho que ganar en la gloria, siempre fue consecuente con sus ideas. Austero y pobre, era catalogado por el grupo de curas obreros de entonces como el patriarca que siempre los apoyaba.

La gente sencilla ha sentido profundamente su muerte tanto en Puerto Real, como en Tarifa, donde tuvo a su lado a Juan Cejudo dejando claro su compromiso con los más necesitados y su enfrentamiento tenaz contra las injusticias, como en Barbate, como en Medina junto a Pepe Vitini…

Sus apellidos lo dicen todo. Troya, la heroica ciudad cantada por Homero en la Ilíada, y que resistió a los griegos hasta la muerte, es la pura imagen de su vida; y Magallanes, el loco que sin temor a los océanos inició la primera vuelta al mundo, no es más que un símbolo de su valentía y determinación.

Antonio Troya siempre vivió con lo puesto y ha muerto humildemente en una residencia de Puerto Real tal como vino al mundo, que es así como mueren los grandes hombres. Él nunca necesitó medallas, ni condecoraciones, ni títulos, pero nosotros sí necesitamos mirarnos en el espejo de personas que como él han llevado una vida ejemplar.

Este loco, que además lo tuvo de buen profesor de Matemáticas en su juventud, no podía dejar pasar la oportunidad de expresar desde este manicomio el sentimiento más sincero que puede tener un hombre por la muerte de un ser querido.

Antonio, te deseo con locura que el Dios en quien siempre confiaste, te tenga eternamente en su gloria. 

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