Si hay algo que me gusta de mi trabajo es la facilidad que tengo a la hora de desplazarme hasta él cada mañana. Bien temprano, cojo el autobús a pocos metros de mi casa, y tras media horita que aprovecho para dejar sin batería a mi libro electrónico, ya estamos al lado del curro. Cero apreturas, cero caravanas, todo ventajas. Si no fuera porque el conductor se empeña en poner la Cope y convertirme en facha pasivo, todo sería perfecto.
Lo que no se me pasaría por la cabeza es bajarme del bus, coger el cercanías, llegar hasta el aeropuerto, volar hasta Roma, pasar por la fontana de Trevi, gritar un dos tres por todos mis compañeros y por mi primero, volver a Málaga via Hamburgo, para terminar en mi oficina con un nada despreciable retraso de varios días A usted le debe parecer absurdo, pero no lo es.
A los mejores cerebros de este país se les ha ocurrido la maravillosa idea de que, para que un AVE vaya de Málaga a Murcia, debe pasar por Madrid. La obsesión de que todo tiene que pasar por la capital del estado está llegando a un punto que no roza lo absurdo, sino que lo rebasa de largo. Es el epítome del centralismo, la demostración de que todo lo que no es Madrid, lo roza o lo toca, no existe o no merece la pena su existencia.
Renfe se ha quedado corta. Ya que se ponen, no sé por qué no ha pasado el AVE Málaga- Murcia por La Coruña. Si lo que quieren es que un viaje de tres horas dure tres días, podían cambiar las máquinas de alta velocidad por otras a carbón, o carruajes de caballos. O que le pongan unos de esos trenes que, algún día, pasarán por Extremadura. No es un viaje, es una experiencia completa, un paquete de aventuras que se sabe donde empieza, pero nunca dónde y cuando. Eso si, para por Madrid, por cojones.
Después de apropiarse de la cuna del flamenco, de cambiar el sistema métrico decimal, adoptando al Bernabéu como unidad de medida, y que todos los caminos han de pasar por la Puerta del Sol, podemos asegurar, sin la más mínima sombra de duda, que los mejores inútiles, son los de Madrid.