Elegancia, no me refiero a su vestimenta de guayaberas o pantalones de colorines, sino a cuando alguien tiene clase, educación o saber estar. Ahí es cuando mi amigo Don Ignacio Colón, transmitía y hacía gala de su elegancia.
Lo conocí en 2015 durante un debate celebrado en el Centro Inglés, previo a las elecciones municipales de ese mismo año, él se presentaba con Queremos El Puerto, una propuesta que yo denominaría de minimalista y astuta, jugando como muchos en la época con el efecto Podemos, incluso llegando a usar como logo una Q muy redondita a forma casi de circulo, tan de moda en aquella época.
Poco después, el mismo día de las elecciones coincidimos en el Colegio Electoral y allí sí pude hablar más abiertamente con él. Recuerdo perfectamente que planteamos nuestras propuestas políticas y pese a las etiquetas que uno asume, congeniamos a la hora de plantear nuestras credenciales como proyectos municipalista, así como los problemas reales de la ciudad.
En esos comicios no logró sacar representación, pero nunca se desanimó a la hora de promulgar tanto sus ideas como su opinión, mostrando siempre unos principios inquebrantables. Durante mi breve paso por el gobierno en 2015, me dedicó una de sus tribunas, critica, mordaz y graciosa, aunque técnicamente equivocada (que voy a decir yo), y ahí discutiendo las vicisitudes de la misma fui cogiendo poco a poco confianza con él.
Comenzamos apoyándonos para documentar nuestros escritos, pero fue durante el 2020 que Ignacio decidió dar un paso más y convertirse en un mentor, un consejero o mi “consigliere” como a él le gustaba denominarse.
Así iniciamos, muchas sentadas, mucha estrategia y mucho trabajo. Siempre respetando y empatizando conmigo y con cualquier compañero, transmitiéndonos constantemente su amor por El Puerto y por la corrección política.
Es más, tengo que recalcar que, aunque su seña de identidad para mi era, su elegancia, dentro de esa elegancia entraba con palabras mayores su humildad. Me dejaba deslumbrado el respeto o temple que manejaba a la hora de, en el buen sentido, confrontar conmigo. Como un señor con su perfil, con su vanidad, que vive en Costa Oeste, abogado, empresario farmacéutico que comenzaba a gestionar su jubilación y que me sacaba 25 años, me respetaba tanto y me mostraba tanta confianza.
Porque como digo, Don Ignacio se implicó mucho con nuestro proyecto, ayudando en todo lo que podía, talleres, consejos, reuniones, prensa, contactos, hasta colgando farolillos en la feria lo tuvimos, pero sobre todo lo que más le agradezco es la confianza que depositaba en mí.
Yo soy de esas personas que “no tienen abuela”, vamos que tengo absoluta confianza en mí mismo y no necesito estar recibiendo cumplidos para motivarme en mis proyectos, en este caso en el político. Pero él sí que me daba una motivación extra, por lo que significaba su presencia apoyando nuestro proyecto, como por las palabras de aliento que siempre tenía para ofrecerme.
Obviamente, elegante, culto, educado, humilde, generoso, capaz de preparar el mejor arroz con cosas que he probado, pero también tenía sus defectos, el principal que siempre le recriminé hasta que vino WhatsApp a solucionarlo, la parsimonia y longevidad de sus audios, bendito sean ese 1,5x o 2x. Que me reía cuando ponía sus audios a x2 y su voz se escuchaba a un ritmo completamente normal mientras que de fondo a toda velocidad se colaba el sonido de la radio o de la tele.
Hasta en su despedida ha sido todo un ejemplo de elegancia y de valentía, y así lo voy a recordar, gracias por todo amigo. D.E.P.
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