Luis Miguel Morales | El pagar se va a acabar. Muy rápido lo han dicho. Demasiado. La Zona Naranja, dicen, es historia. A ver cómo queda ahora las bolsas de aparcamientos en las zonas costeras. Que por cierto, ¿dónde empiezan y dónde acaban? ¿Quién las delimita? ¿Quién las gestiona? ¿Cómo? ¿Esta es la solución? ¿De veras que va a ser gratis? Muchas preguntas sin responder. Muchas.
Cierto que era una apuesta decidida y clara del equipo de Gobierno para erradicarla, pero las prisas no son buenas consejeras y menos cuando aún no se tiene todo atado y bien atado.
El convenio del que se trató ayer entre el equipo de Gobierno y los colectivos de parados en el Centro Cívico toma terreno. Al final la gran apuesta para erradicar la tasa es colocar otra con calzador al ya sufridor conductor. Se podrá maquillar, que lo harán, de que se trata de un donativo voluntario y no vinculante para estacionar. Esa es la teoría. El pago voluntario pero impuesto es la práctica común que termina por imponerse. Al final un euro se termina convirtiendo en 30 euros al mes.
Doce costaba con la Zona Naranja. Que no, que no quiero ni una ni otra. Ninguna de las dos. Ya lo verán, como siempre.
Lo que se hace como una ayuda se termina convirtiendo en una obligación. El asunto de los aparcamientos costeros o subterráneos se eterniza, cansan por ser materia interminable. No se habla de insolidaridad, faltaría más. Demagogia las justas.
Si se trata de poner en marcha iniciativas solidarias, hay que tener imaginación e innovar en tiempos de crisis.
¿A los 13.000 parados se van a colocar aparcando coches? ¿Importan los que se van a quedar sin su trabajo por eliminar la Zona Naranja?
No se innova nada, todo es previsible y repetido nuevamente. Cambiar un parquímetro por un ticket pocos cambios hay. Me dirán que uno es obligatorio y el otro no. Lleva razón, pero el fin es el mismo, pagar.
El hacer uso de un espacio público y municipal debiera encontrar una mejor solución y una apuesta mucho más acorde y seria. La primera chinita en el zapato no terminará por contentar a nadie. Al tiempo.
Quique Pedregal | Vivimos unas épocas en las que la demagogia se ha instalado en todos los ámbitos de lo político. Ni es verdad que el gobierno sea del pueblo, que emane de él, ni tampoco es cierto que las labores de gobierno sean fáciles.
Hoy más que nunca, el gobernante se convierte en un guerrero, sin yelmo y sin espada, pero entendiéndolo como el que da la batalla día a día por el bien común. Y eso, como me gusta decir, a un lado y a otro. La política ya casi no entiende de colores, sino de honradez, transparencia y trabajo.
Al final se trata de regular, estructurar, organizar una administración del tipo que sea. Todo está mucho más mirado y los cuartos se contabilizan al céntimo. Nada de dispendios y, sobre todo, nada de gastos superfluos… o eso nos quieren hacer ver.
La Zona Naranja es un despropósito se mire por donde se mire. ¿En cuánto se van a ver perjudicadas las arcas públicas por mantenerla o retirarla? Ni fue buena idea ponerla, ni es buena idea quitarla de esta manera.
Yo la iría retirando progresivamente, al menos para amortizar la inversión realizada y los empleos que se pierden.
Puestos a quitar y a que la gente no pague, ¿por qué no se eliminan las vallas de los aparcamientos de Bajamar, para que todo el que quiera aparque su coche, o por qué no desaparecen los muchos ‘agentes de estacionamiento’ que hay por distintas zonas de la ciudad como el Polvorista o la Plaza de Toros? Es sencillo: porque se genera empleo.
Y eso, me parece bien. A mi entender, Luismi, El Puerto tiene otras prioridades. La temporada de playa son dos meses y el año tiene doce.
No nos tiremos trastos demagógicos a la cabeza y sentémonos a analizar lo que conviene a nuestra ciudad.