La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, se estrena como candidata a la Moncloa al frente de Sumar, una compleja coalición de quince partidos que ha costado armar por el tira y afloja de Podemos y con la que espera aglutinar el voto de "la izquierda alternativa" para gobernar con Pedro Sánchez.
Gallega a tiempo completo y concretamente coruñesa del municipio de Fene -donde nació el 6 de mayo de 1971-, la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo se empeñó hace justo un año en dar la vuelta al proyecto que lideraban entonces los morados ante el declive inexorable que les estaba consumiendo y emprendió el llamado "proceso de escucha" para tantear sus posibilidades, que culminó el pasado 2 de abril en el polideportivo Magariños cuando hizo pública su candidatura a las generales.
Tuvo claro que Podemos no le iba a marcar el paso y menos que nadie Pablo Iglesias, aunque le nombrara su sucesora sin su permiso, algo que admite haberle molestado mucho y que aceptó por responsabilidad.
Eso fue cuando el exsecretario general de Podemos dejó el Gobierno de Sánchez en julio de 2021 y ella escaló de vicepresidenta tercera a segunda.
Licenciada en Derecho y con tres másteres (en Recursos Humanos, Relaciones Laborales y Urbanismo), Yolanda Díaz inició su trayectoria política en 2003 como concejala de IU en Ferrol, donde se mantuvo hasta 2011 para dar luego el salto a la política autonómica y resultar elegida diputada en el Parlamento gallego en 2012 dentro de la coalición Alternativa Galega de Esquerdas, que lideró el histórico nacionalista Xosé Manuel Beiras.
Casualidades del destino, Pablo Iglesias trabajó como asesor de aquella campaña en la que la líder de Sumar empezó a despuntar. Allí forjaron una amistad que, como tantas, luego se ha visto magullada por los avatares políticos.
Ocurrió años antes de que el ex secretario general de los morados se convirtiera en su padrino a nivel nacional y peleara para que entrará en el Gobierno de Sánchez porque ella no compartía la idea de que Unidas Podemos se integrase en el Ejecutivo que tomó posesión en enero de 2020.
En ese primer Gobierno de coalición de la historia de la democracia empezaron los roces entre Iglesias y Díaz por sus maneras tan distintas de afrontar las diferencias con sus socios socialistas.
Después ya Sumar, un proyecto personal en el que no quería siglas sino que fuera la sociedad civil la protagonista, se interpuso definitivamente entre ambos hasta acabar totalmente distanciados.
Lo mismo le ha pasado a Díaz con Podemos, con choques que no han cesado desde que la ministra dejó caer sus aspiraciones electorales sin contar con los morados y que culminaron con el veto a la ministra de Igualdad, Irene Montero, de las listas.
Yolanda Díaz no se ha dejado tutelar. El talante de la ministra de Trabajo, que se proclama defensora del acuerdo y el diálogo con discreción y reacia al ruido, ha encajado poco con las estrategias de presión emprendidas por Podemos en cada encontronazo dentro del Gobierno de coalición. Se vio con la guerra de Ucrania pero, sobre todo, con la ley del sólo sí es sí, donde abiertamente le criticaron por ponerse de perfil.
Al frente del Ministerio, Díaz cree haber cumplido prácticamente con sus deberes una vez que ha sacado adelante la reforma laboral, a la que atribuye el buen comportamiento de los datos de empleo, tres subidas del Salario Mínimo Interprofesional, haber puesto en marcha los ERTE durante la pandemia, la ley 'rider', la ley del teletrabajo y haber pactado 17 acuerdos con los agentes sociales.
Diputada en el Congreso desde las elecciones de diciembre de 2015, Díaz mantiene la militancia en el Partido Comunista de España tras descolgarse de Izquierda Unida por discrepancias con Alberto Garzón en 2019, aunque sostiene que sus políticas son socialdemócratas.
Sin llegar al aprobado, la vicepresidenta segunda lleva meses siendo la líder más valorada en el barómetro del CIS y marcando un perfil "presidenciable" y de "ticket electoral" con Pedro Sánchez, que evidenció en el debate de la moción de censura de Vox, de marzo pasado, dando la réplica a Ramón Tamames, otro comunista en su pasado remoto .
De sus momentos más personales, la vicepresidenta guarda "con mucho cariño" el recuerdo del día en que Santiago Carrillo le besó la mano cuando apenas tenía cuatro años ya que, como hija del veterano sindicalista de CCOO Suso Díaz, por su casa acostumbraban "a desfilar camaradas comunistas" del mundo de la política y la cultura que militaban en la clandestinidad.
Casada con Juan Andrés Meizoso, dibujante técnico de profesión, tienen una hija, Carmela, y es frecuente que comparta en las redes sociales los instantes que disfruta en su compañía.