Partiendo de que la masa por sí misma nunca llega a ningún sitio si no tiene un líder como guía, ante el aluvión de realidades corruptas que campean por doquier, conviene preguntarse: ¿Qué sucede cuando los líderes se vuelven corruptos? ¿Cómo sustituirlos y buscar otros líderes? ¿O dejamos que la corrupción se establezca como liderazgo en nuestra sociedad? A poco que buceamos por la historia vemos, a través de las páginas del tiempo, generaciones que acabaron formando parte de la podredumbre, porque apenas hicieron nada por atajar a los bandidos corruptos. Esto significa que el mal ejemplo de los líderes corruptos está ahí, ha estado siempre, lo que exige consolidar una conciencia combativa y no bajar la guardia, que no pasa únicamente por dictar normas, quizás en tiempos de corrupción es cuando más leyes se dan, sino por valorar negativamente este tipo de actitudes. Como bien es sabido por el manuscrito de la vida, en un espíritu corrompido no cabe la dignidad, ni valor alguno, todo tiene un precio y un interés. Algo muy propio de esta sociedad capitalizada por el borreguismo.
La corrupción es un virus que se traga la integridad de las personas. No conoce fronteras. Se da tanto en los países ricos como en los países pobres. Poderes arbitrarios, sobornos, degradación de instituciones, desenfreno de líderes, perversión social (atraviesa todos los sectores sociales), dirigentes sin escrúpulos, ni éticas, convidan con lo ilícito y devalúan lo insobornable. Los costos de la enfermedad, propiciada por estos desalmados, recae eso sí, sobre todos los ciudadanos. Ya está bien de caradura. Los corruptos debieran pagar su viciosa factura, con cargo a ellos mismos, mediante devolución de lo corrompido a su pureza, deber de por vida, más el capital de lo sobornado con el alto interés de la decencia y el pago social de servir a la honradez, a tiempo completo, mientras pisen este mundo. A lo hecho pecho, que se dice. Si la podredumbre de cabecillas, encorbatados de líderes, es un grave daño desde el punto de vista material y un enorme costo para el crecimiento económico de un país, imaginen ahora en tiempo de crisis, sus efectos son todavía más nocivos que el veneno de las víboras, sobre bienes y valores de verdad y virtud. Es cuando el dicho de: nadie se fía de nadie, gobierna los días. Les suena, ¿verdad?
Sigo con la idea. Los líderes corruptos son un pésimo modelo para una sociedad que propugna valores de libertad, justicia, igualdad, entendimiento entre pluralidades. El que salgan sus ilícitas andanzas a la luz es fundamental. Como también es importante que los líderes que trabajan con un código ético intolerante con los comportamientos corruptos, sean considerados gentes de valor y valía. Servidor los nombraría líderes eméritos ante la hambruna de éticas. La ciudadanía, los poderes de esa ciudadanía, han de cultivar y promover los recursos morales, la educación para el bien común. Cualquier ayuda es buena para cimentar una estética de principios en la que la corrupción no encuentre un terreno favorable para su propagación como a veces se entrevé.
Corrupción y liderazgo, pareja de palabras que aún apareja desasosiego social, han vuelto a ser noticia en España. Por desgracia, raro es el día que no lo es. Aún podría ser peor, que nos hubiésemos acostumbrado y dejase de ser suceso. Los diversos estilos de vida no pueden, ni tampoco deben, debilitar el juicio moral de lo podrido. Caiga quien caiga. Lo cierto es que un juez ordena la detención de varias personas vinculadas a un partido político, algunas de ellas antiguos cargos y, en consecuencia, líderes, por los presuntos delitos de cohecho, tráfico de influencias, blanqueo de capitales, fraude fiscal y asociación ilícita. La ilegalidad no puede consentirse. Me parece muy justo y además necesario que actúe la justicia. Precisamente, el marco de confianza en el que se inscribe cualquier actividad parte siempre de la legalidad. Los discursos inspiran siempre menos seguridad que las acciones. La práctica y la cultura de la corrupción, tan ceñidas en nuestro país a la descalificada clase política, deben ser sustituidas por la práctica y la cultura de la legitimidad. Esto ha de ser el empeño de todos y la colaboración con la justicia debe ser total.
Hay que desenmascarar a los líderes corruptos porque son un mal fichaje para cualquier país, y máxime para aquellos países constituidos en un Estado social y democrático de Derecho. Sin duda, la decepción siempre será mayor, porque se verá afectada la seguridad jurídica. Desterrar y rehabilitar a estos inmorales tipejos, exige el aval de los ciudadanos honestos, la firme determinación de las honestas autoridades y una fuerte conciencia ética en la muchedumbre. Combatir la corrupción en todas sus formas, reducir la desigualdad entre quienes lo tienen todo y quienes carecen de bienes básicos, hacer justicia a los corruptos, debe ser prioridad en todo gobierno que se precie de demócrata. Si esto se llevase como regla de vida, estoy seguro que la crisis financiera y de derechos humanos, no existiría. La transparencia y honradez en la gestión pública favorecen un clima de credibilidad y confianza de los ciudadanos en sus autoridades, que hoy en muchos países no tienen, y que son la base para un desarrollo más justo y equitativo. La hoja de ruta de los líderes corruptos hace más daño de lo que parece a primera vista. Pienso, pues, que hacen falta guías capaces de acentuar el servicio al bien común, más que el privilegio de sentirse poder. El buen ejemplo y el liderazgo de las personas honestas es esencial para reforzar confianza y estimular el crecimiento de la ética en un momento de suma necesidad, en vista de que los putrefactos se reproducen como las cucarachas.