Vestidos de campesinos gallegos, desde bien temprano, los catoirenses han defendido un año más sus tierras frente al ataque vikingo. Desafiando las altas temperaturas y con un sol despampanante, el vino ha vuelto a ser el protagonista de una fiesta que cada año suma más adeptos, debido a su epicidad.
La Romaría Vikinga de Catoira alcanza este año su 63 edición y lo hace con muchos más asistentes, que se agolparon esta mañana en torno a las Torres del Oeste para presenciar el tradicional desembarco.
Celebrada desde 1961 en el primer fin de semana de agosto, esta festividad conmemora el papel que tuvo Catoira en la defensa de Galicia frente a los ataques normandos.
Allá por el siglo XI, los normandos desembarcaron en la villa catoirense en busca de los tesoros de la Iglesia Compostelana. Sin embargo, se toparon con la resistencia gallega, que impidió que alcanzaran su meta.
Ya desde la Antigüedad Catoira fue un lugar estratégico, la entrada hacia Compostela por mar. Por ello, se construyeron diversas fortificaciones en la ría a modo de defensa. Sobre la desembocadura del Ulla están situadas las Torres del Oeste, declaradas Bien de Interés Cultural, lo que queda de la antigua fortificación y castillo que se construyó en el siglo IX.
Ese ha sido una vez más el escenario de la histórica recreación que este año se ha demorado un poco más debido a las mareas y las condiciones del viento. No obstante, los alaridos y toques de cuerno de los invasores no dejaron de escucharse.
Desde el puente situado en el río, los visitantes miraban atónitos y grababan con sus teléfonos lo que ocurría en la orilla. Los campesinos gallegos, embriagados por el vino, esperaban a los invasores.
Mientras los vikingos, a bordo de sus tres drakkar -tradicional embarcación vikinga-, se aproximaban a realizar el desembarco y posterior asalto, al grito de "Úrsula".
El barro, el vino y el choque de espadas se ha producido en torno a las 13:30 horas. Una dramatización que aunque sorprende por su fuerza y bravura, termina por acabar en unión fraternal.
Y es que una vez hechas las representaciones, catoirenses y vikingos se unen para participar en un almuerzo campestre. Ya lo hicieron en el día de ayer, en el que cientos de personas se reunieron en una gran carpa para comer empanada, pulpo, churrasco y los tradicionales mejillones acompañados de vino del Ulla.
Este domingo ha vuelto a repetirse. Animados por el sonido de las gaitas, los vecinos y vecinas de Catoira han dejado a un lado el enfrentamiento histórico de la villa contra los vikingos y se han unido en torno a la fiesta.
Trenzas, cuernos, pieles, hachas, escudos y tambores no han parado de verse en torno a las Torres del Oeste, pero lejos de parecer hostil, el ambiente que se respiraba era de completa sintonía.
La Romería Vikinga de Catoira fue declarada de Interés Turístico Internacional en el año 2002. Con el tiempo ha ido adquiriendo una mayor proyección internacional, lo que ha derivado en que la localidad pontevedresa se encuentre hermanada desde el año 1993 con Frederikssund, ciudad danesa con mayor tradición vikinga, dejando patente que esta festividad simboliza la unión y la confraternidad entre los pueblos.