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Curioso Empedernido

Abuximio Mangador

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Abuximio no era un individuo inteligente, ni una persona académicamente preparada, pero toda su vida se había comportado como un listillo, un vivales, un pillastre dispuesto a engañar a quien fuera con tal de ganar dinero. Su esposa, Desideria Pendónez le había apoyado siempre en tal cometido, animándole con consignas como “tú no seas tonto y aprovecha todo lo que puedas”.
Cuando había superado los cuarenta, su puesto de ejecutivo en una entidad inmobiliaria se le había quedado corto y pequeño. Había decidido dar el salto a la política, y se colocó en el mercado. Pensaba en el fondo, incluso en la forma, que la actividad pública debía ser como promover viviendas, en la que siempre jugabas con el dinero y la ilusión de los demás. Lo mismo le daba estar con unos que con otros, el se había entrenado para ser un amoral y no tener ningún principio, en sembrar el odio, practicar la maledicencia y utilizar la calumnia como arma destructiva de todo el que se cruzara en su camino. Vamos, que Abuximio, no era precisamente un perfecto caballero, sino el más vivo ejemplo de un ser miserable. Tras entrenarse en una serie de frases hechas, muletillas verbales y estereotipos retóricos que hacia repetir a su coro de fieles para terminar aprendiéndolas y hacer ver a los electores que se les creía, afrontó una campaña electoral en la que recaudó “donativos desinteresados” de empresas y particulares, que creían que el podría ser el tonto más útil a situar en el poder, sin percatarse que era tan sinvergüenza como cualquiera de ellos. Al final sonó la flauta y Abuximio fue elegido, y entonces todos aquellos que “generosamente” habían aportado sus dádivas, se pusieron en cola para recoger los dividendos, y nuestro personaje, que creía que el voto popular lo justificaba todo, comenzó su rosario de despropósitos. Mangador se instaló en la impunidad e incurrió en un racimo de delitos, en los que el cohecho, la extorsión, la prevaricación, la malversación, la falsificación, la maquinación para elevar el precio de las cosas y algunos que otros que harían interminable esta relación, le hicieron pasar una y otra vez por los juzgados y terminó con su inhabilitación y con sus huesos en la cárcel. Personajes en el ejercicio de la púrpura o al servicio del la misma; aunque afortunadamente son minoría; nos los encontramos a diario con verbos teñidos de fundamentalismo honesto, y que pregonan dogmas de limpieza y pureza política, que distan mucho de lo que son sus prácticas cotidianas Este pequeño cuento, que más veces de las deseables, lejos de ser una fábula se convierte en una historia real, a la que asistimos entre la rabia y la indignación la inmensa mayoría de la gente, es algo que tiene que hacernos reflexionar a todos los ciudadanos y ciudadanas, para sopesar con sensatez y templanza en quien depositamos nuestra confianza, y a quien otorgamos una de las más valiosos instrumentos democráticos, nuestros votos. Si no es así, siempre habrá personajes dispuestos a intentar engañarnos de mil modos y maneras, a utilizar la actividad pública como forma de enriquecerse, a no resolver ningún problema y crear muchos conflictos, a apostar por la cultura de la indecencia y justificar lo injustificable, a envolverse en la falta de claridad y el oscurantismo, a tener mil y un trajes para mudarse según las circunstancias o hacer lo que haga falta con tal de seguir en el poder. No sólo se trata de alejar de la vida política a los Abuximios de turno, como apestados corruptos, sino que el conjunto de las organizaciones políticas sepan ser escrupulosos a la hora de elaborar las listas que quieren que les represente en los distintas instituciones, que se cumplan las leyes con pulcritud y que los códigos éticos de buenas prácticas no sean papel mojado, sino ejes del control diario de la práctica política. Tal vez no deberíamos olvidar nunca las palabras de Francisco de Quevedo, y es que “aquel hombre que pierde la honra por el negocio, pierde el negocio y la honra”.

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