Precedida por el fracaso en la taquilla estadounidense -es la película Pixar con la recaudación más baja en su primer fin de semana de estreno- y las críticas mojigatas -hay un momento en el que el protagonista saluda a la novia de su hermana, lo que ha escandalizado a las familias conservadoras estadounidense por traicionar el legado de Walt Disney-, Elemental incide en las señas de agotamiento de algunos de los trabajos más recientes de la factoría impulsada por John Lasseter hace casi 30 años de la mano de Toy Story.
Siendo una aceptable película, de una ejecución artística sobresaliente, no logra llegar al nivel de excelencia ligado durante tantos años a la marca Pixar a causa de un guion en el que se echa en falta más sentido del humor, más comicidad, y menos lugares y mensajes comunes.
Ambientada en Ciudad Elemento -la ciudad en la que conviven fuego, agua, tierra y aire-, la película nos cuenta la historia de Candela, una chica fuego que ayuda en el negocio familiar de sus padres mientras aspira a poder llevar otra vida. En su camino se cruza Nilo, un chico agua, que trabaja como inspector municipal y se ve obligado a sancionar las irregularidades detectadas en el establecimiento a causa de una fuga de agua.
En este sentido, y pese a la interactuación inicial entre los personajes que encarnan los diferentes elementos, que parece poder empujar a una fantasía con reminiscencias a Inside out, todo eso queda reducido al paisaje de fondo, ya que estamos ante un clásico “chica conoce chico”, una comedia romántica en torno a un amor ¿imposible? -que es lo que mejor funciona a lo largo de la cinta-, aunque atravesada por cuestiones como la inmigración y la diversidad cultural, que discurren por caminos algo trillados.
De hecho, el director Peter Sohn -responsable de El viaje de Arlo y el corto Parcialmente nublado-, de origen coreano, recrea su propia experiencia y la de sus padres a su llegada a Estados Unidos: ellos pretendían que siguiera con el negocio familiar y él aspiraba al mundo de la animación. Su filme habla, inevitablemente, del elemental sueño americano, y queda muy patente a lo largo de la historia, tanto, que la evidencia supone un peso dentro de la otra historia, la de la peculiar relación entre Candela y Nilo, que avanza de forma amena y empática y con mejor gusto que el conjunto.