Semana Santa, feria y Navidad. Si acaso alguna velada, romería o juegos florales como complemento. Pero a eso se reducía todo.
La agenda festiva y de ocio de la mayoría de las ciudades, grandes y pequeñas, se concentraba en eso. Ya a mediados de los 80 comenzaron a incorporarse los conciertos de verano. ¿Quién no fue a Puerto Real a ver a Radio Futuro, Mecano o El último de fila? Y a partir de los 90 se abrió la veda, primero por imitación, después por necesidad.
Por esas fechas, el alcalde de una pequeña ciudad nos contaba antes de una rueda de prensa que lo llamaban familiares suyos de Cádiz sorprendidos por todas las actividades festivas organizadas que aparecían en la prensa: “Estáis todo el día de fiesta”, le decían. Aquel alcalde estuvo doce años en el poder fruto de una buena gestión, pero en la que también tuvo muy presente que
hay que tener a la gente entretenida bajo la coartada de generar actividad económica.
El modelo, perfeccionado hoy día hasta el extremo, incluso como seña de identidad, ha adquirido rangos casi competitivos y, de hecho,
es esa competencia la que ha terminado por ir en beneficio de la proyección turística de la provincia y, por supuesto, de sus respectivos municipios.
La agenda de ocio y eventos ha pasado a convertirse en una de las grandes prioridades de cada ayuntamiento, porque v
a en beneficio de la proyección de la imagen y, por supuesto, en el del resultado económico, eso que llamamos “impacto” para adornarlo después con cifras impresionantes de cuestionable cálculo, como si fueran la nota final de un examen, pero del que sabíamos las respuestas.
Sea como fuere,
hay que agradecer ese empeño por inventar, adoptar e imitar ideas, celebraciones y fiestas, por crear espacios de encuentro y reencuentro en torno a la cultura y la diversión, tengan que ver o no con nuestra identidad y tradiciones, en favor de la desestacionalización particular de cada ciudad y bajo la máxima de que el fin justifica los medios: todos salimos ganando o, al menos, ésa es la idea.
Hay, de hecho, quien ha sabido ir más allá, y pienso expresamente en los casos de
San Fernando, con su apuesta por Halloween, o Chiclana, por su entrega ante el atractivo del Concert Music, y, muy especialmente, en Cádiz. A
Bruno García se le pueden criticar muchas cosas, desde la suciedad en las calles a su debilitada posición en los frentes abiertos con la Junta, pero e
stá construyendo un discurso en torno a la cultura que va más allá de la fiesta y del folclore, del ocio como consumo de masas, caso del proyecto Cádiz Fenicia y, más aún, de esa iniciativa llamada Cádiz Ciudad de Libro con la que incluso
se ha anticipado a Jerez, cuyo proyecto de candidatura a capital cultural europea en 2031 sigue siendo, de momento, mero escaparate con mensajes de saldo y un recurso más dentro de la estrategia “panem et circenses” en la que se viene sustentando el principal peso de la gestión municipal.
Ya se sabe:
cuando te quedes sin ideas, recurre a los romanos; en este caso bajo la aspiración de que se reediten los versos de Juvenal de hace 22 siglos: “nunc se continet atque duas tantum res anxius optat, panem et circenses” -“(el pueblo) ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos de circo)”-.
Entonces, la estrategia de los políticos romanos era ganarse el favor de la plebe a partir del clientelismo: regalaban comida barata y entretenimiento para alienar al pueblo y despojarlo de sentido crítico, encantado con la oferta de quienes gobernaban.
Cambien ahora la comida barata por subvenciones -el ayuntamiento jerezano (lo ha llamado eufemísticamente “plan estratégico”) va a repartir 3,3 millones de euros entre todo tipo de colectivos bajo la excusa de que hagan aportaciones a la candidatura de la capitalidad-
y el entretenimiento por actividades gratuitas de ocio, y verán como todo está inventado.