Pocos meses han sido tan fríos en Jerez como este recientemente concluso de febrero. Una temporada con ribetes casi gélidos y en algún caso de pobreza energética con cariz inhumano. “Canelita”, perrita sin raza indefinida, a la que se le adivinan unos cuatro años de existencia en este mundo de mascotas queridas y luego puestas en la calle y cuyo origen parte de distintos cruces genéticos de varias generaciones de canes sin pedigrí pero con una identidad fuerte de la que da fe unos ojos de una impresionante viveza, Canelita, digo, ha pasado frío, una frialdad glacial, una frigidez que corta y casi asesina en las largas noches del entorno de la Cartuja de Jerez.
Como ya habrán colegido esta perrita, como tantas y tantas otras, fue abandonada en Jerez. Su dueño, más bastardo que el que pudiera atribuirse al árbol genealógico del can, la abandonó hace un mes en la puerta de la Cartuja de Jerez. Allí lleva sufriendo un riguroso y canalla mes y allí, sin moverse de un territorio que ha marcado, sigue esperando… de momento viva.
Su antiguo propietario, en un alarde de cruel mimetismo histórico tal vez quisiera emular el fenómeno que se dio en la primera mitad del siglo XX y que se denominó la "Exposición de niños" abandonando a la perrita en la puerta de un edificio religioso, en este caso la Cartuja de Jerez. Fue una práctica habitual en España “desprenderse” de recién nacidos porque un contexto de pobreza o rechazo social para las madres hacían que estas abandonasen a sus bebés en la puerta de una iglesia. Se abandonaban en el en los umbrales de las iglesias para que la iglesia se hiciera cargo de ellos, eran los llamados y apellidados para siempre “Expósitos”. Por cierto, nunca entendí el porqué ese pseudoapellido impuesto como el “Jude” del nazismo y que en una sociedad como la de entonces en España, ultramoralista y conservadora que a tantos hijos estigmatizó, debía ser llevado como estandarte de un infeliz origen de padre. Nunca encontré como no se permitió el cambio de apellido, mucho más entre generaciones posteriores salvo que existiera un componente de perverso castigo redentor a una supuesta madre que se salió del redil de la Iglesia.
El vándalo y descerebrado dueño, en su absoluta ignorancia mental y en la oquedad de su cabeza, ha querido hacer un abandono del can a lo grande. Dejar la perrita en el conjunto monumental de mayor valor artístico de la provincia de Cádiz y de unas dimensiones inmensas es un gesto tan enorme como su insensibilidad y maligna alma.
Pues como una nueva repetición surge una nueva “exposición”, en este caso de mascotas derivada de una sociedad artificial, caprichosa y que trata a los animales como a un juguete que entusiasma el 6 de enero y aburre en febrero. Día a día nos despierta la perplejidad cuando desayunamos oyendo nuevos casos lacerantes de abandonos de mascotas. Hay quien las elimina de la forma más directamente criminal: cuelgan galgos del cuello en los olivos o los dejan agonizando o muertos en contenedores. Otros, como el que ha querido romper la paz y contemplación de los antiguos cartujos y la callada clausura de las monjitas Hermanas de Belén de ahora, lo ejecutan con muerte lenta en la calle, con una agonía de nevada escarcha día a día, de anocheceres como cuchillas de hielo invernal trufado con la inanición y los retortijones de sangre que da el hambre. Sinceramente, no sé quién es más criminal, si el asesino contundente o el que piensa que lleva a su mascota a una muerte gota a gota, noche a noche
Canelita lleva un mes en esos descampados cartujanos de la húmeda vega jerezana. Con cuatro años. Se desconoce porque no se aleja de su territorio marcado. Tal vez recuerde la triste imagen de que fuera ahí, exactamente ahí donde fue abandonado y donde espera ingenuamente que su dueño vuelva a recogerla. Es la reacción lógica. Canelita, como todos los perros abandonados a su “mala” suerte”, padece y está quieto durante un tiempo, cree que su dueño se arrepentirá y regresará. En esa larga e infructuosa espera comienza a debilitarse sus fuerzas. Pasa hambre y con la cabeza gacha, ojos tristes y sin rumbo fijo busca comida pero siempre vuelve a la Cartuja. Tras su cuerpo mojado y sucio esconde una gran belleza. Casi todos los días recibe una esperada visita. Un hombre con su hijo van a menudo a llevarle comida. Canelita a cada ruido de motor eleva sus orejas y enciende sus ojos esperanzados en que sea esa pareja benéfica. Si son ellos, al bajar del coche les mueve la cola como signo de agradecimiento. Queda triste cuando se van.
No sabemos cuánto tiempo durará esta situación, o lo que es lo mismo desconocemos cuando la perrita aparecerá muerta en la zona, de frío, de inanición o atropellada por un vehículo, tumbada en la carretera cuando buscaba el calor del asfalto.
Queridos lectores, como Benedetti “¿Hacemos un trato?”. Busquen quien quiera acoger a Canelita antes de que sea tarde, antes de que “la parca un día
para su mal” llame a la puerta de La Cartuja jerezana. También como el gran poeta uruguayo “yo quisiera contar con usted” para salvar a la perrita. A su disposición para ese trato. Hay quienes estarían dispuestos a llevarlo a una nueva casa. Aquí estamos: @tetemalo. En el periódico también lo saben.