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Torerías y diabluras, para escuchar

Este libro realza la voz, y más allá… el eco, de aquellos lances y muletazos que quedaron para el recuerdo en la historia de la tauromaquia

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  • Torerías y diabluras -

Sin duda, este libro parecía estar destinado a no ver la luz, y permanecer en un abandono más llevado por la frustración que otra cosa. Muchas veces he pensado si esas diabluras y sus diablillos que menciono en su título no habrán hasta abusado en demasía de mi paciencia y su esencia, pues como el agua río abajo discurre por la maleza, este libro ha padecido mil y una dificultades para abrirse paso entre lo angosto y lo banal de unas empresas tan incompetentes como mal avenidas. Sí, sin duda los malos presagios y hasta los calvarios lo han llevado hasta un ostracismo de mí mismo, dejado de la mano de su escritor. Un libro es como un pájaro sin alas al que poco a poco se lo comen los insectos hasta quedar en los huesos de la muerte. Mi moral, a veces turbada en inmoral hacia él, llegó a ser la del desgraciado que odia a su pájaro muerto en los huesos, una sombra de la que huía y él huía de mí. Y sin embargo, y pese a los periplos de desierto, abocados a unirnos cuando Dios o el demonio quisieran. Fue el mismo libro, ya en sus huesos muertos, cuando él mismo comenzó a hablarme y susurrarme sus secretos. Algo así como “aquí me ves, más muerto que vivo, ya en mis huesos, pero tan vivo aún que mis huesos se ríen de la muerte”. Lo increíble, lo inexplicable (de ahí su misterio), fue que comenzase a volar, y no sé si hasta resucitar, con unas alas nuevas nacidas de él mismo, ya cuando bañado de muerte la desesperanza lo había casi enterrado. Verlo, oírlo y hasta sentirlo, ha sido mi gran esperanza de vida, la de un desdichado que por él comenzó a sentirse dichoso.

Por ello sé que este libro, como el Ave Fénix, renace y se abre paso desde el dolor para tornarse en gozo. Un libro que no teme ni oculta sus tormentos y que se descubre y se deja escuchar entre los ecos de un tiempo sin tiempo. Ese otro tiempo paralelo que nos acompaña a los que vivimos y tuvimos la suerte de vivir los misterios del arte. Ese tiempo sin tiempo que va y viene, del ayer al hoy, y del hoy hasta no sé qué mañana. Ese tiempo sin tiempo, a las cinco de la tarde, amenaza espinosa entre lo apolíneo de las normas y lo dionisíaco de las desnormas. Son las horas que se escuchan en ese paseíllo, siempre imprevisible, de los toreros que aquí torean. Entender… es desentenderse, he sentido en aquellas plazas donde ese misterioso abandono de Paula parecía redescubrirse a sí mismo.

Transcendiendo de la propia lidia para ser una tauromaquia tan única y mística que termina siendo la nada más desolada. Una nada que lo es todo. Una nada que se olvida de todo… y de todos, para crear una música nueva, la del hombre que se deshace de todo para sólo allí, hacerse a sí mismo. Que se muera la vulgaridad, que se pudran en el infierno lo amantes de lo falso, que se arrepientan los oradores fariseos y las monedas de cambio, y que miren con los ojos nuevos aquellos cegados por las modas y sus banalidades. No hablemos de tiempos, sino de eternidades. La eternidad de un Joselito que aquí se lía su capote de paseo negro, aquel luto por la muerte de la señora Gabriela, para burlar todas las mentiras y quedarse a solas con la verdad de su ciencia torera. Ese capote negro, que su hermano Rafael (el Divino Calvo que traía los disgustos a casa) le cediera a Bernardo Muñoz en su alternativa, el mismo que cubriera la torera espalda de Antonio Bienvenida en su última tarde, aquella en la que Paula… hizo de su nada el único todo que cubriera el albero de la plaza desaparecida de Carabanchel.

Este libro realza la voz, y más allá… el eco, de aquellos lances y muletazos, a veces entre lo templado y lo desmayado de una soleá, y otras como esa seguiriya, ya desprovista y desnuda de todo, que en las horas de la madrugá, araña y se desgarra entre los efluvios del lamento y el tormento. Y es que estas “Torerías y Diabluras” a veces medita y otras se olvida de meditar para sólo sentir, llevado por la inspiración de un Juan Belmonte que por momentos filosofa sobre la quietud y el temple, en su esqueleto inquietamente quieto.

No se tomen pues este libro como una obra encerrada en un solo concepto, o dedicada a un solo tiempo, sino como un alma viva que reta y amenaza incluso a todos los tiempos y sus deberes. Un libro que ha sobrevivido a su imposible, que desde la humildad de quien no sabe nada, les pretende decir su todo entre “Torerías y Diabluras”.

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