Isa Gallego es una enamorada de la Navidad de Jerez y de sus tradicionales zambombas, así que cuando Ángel, su ya marido, le pidió matrimonio hace un año durante un viaje a Granada, lo tuvo claro: se darían el
sí quiero durante el Puente de la Inmaculada en una multitudinaria zambomba con unos 250 invitados, como llegaron a calcular. Una lista que finalmente se ha quedado reducida a 15 personas. A esas alturas, no podían imaginarse que la pandemia y los graves problemas de salud de su padre iban a cambiarlo todo. Gracias a su testimonio y su álbum de fotos hemos podido conocer cómo se vive un enlace en tiempos de coronavirus.
“Cuando nos confinaron ya teníamos la fecha, el 5 de diciembre, la bodega donde la iba a celebrar, y ya estaba viendo trajes de novia. No sabíamos qué hacer, pero decidimos seguir para adelante”, relata a este periódico. Entonces llegó la desescalada, pero el último fin de semana de julio su padre, de 70 años, sufrió un grave infarto que le paralizó las funciones renales, la médula espinar y las piernas. Tras semanas ingresado en la UCI del Hospital Puerta del Mar, en septiembre volvía a casa, todavía muy delicado y con una dura rehabilitación por delante. Fue en ese momento cuando ella y su pareja tomaron la decisión de “vivir ese día junto a mi padre antes de que la vida nos lo quitara. Así que buscamos un sitio bonito para celebrar nuestra boda (Hotel Casa Palacio María Luisa) y decidimos invitar sólo a padres, hermanos y sobrinos”. En total eran 15. Las restricciones para este tipo de eventos le permitían el doble de invitados, pero prefirieron dejarlo en el ámbito estrictamente familiar “para no tener que elegir” y, lo más importante, para proteger a su padre.
A sus allegados y amigos les costó entender su postura hasta que el pasado sábado, hace ahora una semana, la vieron llegar a la iglesia del colegio de La Compañía de María, radiante con un diseño de la modista jerezana Rosario García Gutiérrez, acompañada de Juan, su progenitor y flamante padrino. “Cuando vieron lo feliz que estábamos mi padre y yo, se les olvidó todo, y se fueron a celebrarlo cada uno por su cuenta y a brindar por nosotros. En Jerez se fueron a comer a varios restaurantes por separado, y hasta familia que tenemos fuera, en Madrid y en el País Vasco, se vistieron como si fueran a la boda y lo celebraron también en la distancia”.
Su madrina, que vive en Málaga, y no pudo venir por el cierre perimetral, siguió la ceremonia por videollamada desde casa. Su prioridad era su padre y por ello fueron escrupulosos con toda la normativa. “En la iglesia podían entrar 45, así que entraron los 15 invitados. Mi marido invitó a 15 más y yo a otros 15”, explica. Un amigo del novio con lista en mano se encargaba de dar paso a los asistentes, todos con mascarilla, y se les iba entregando un bote de gel hidroalcohólico a cada uno.
Una vez dentro todos llevaban mascarilla a excepción de los novios, que sí se la pusieron al llegar y al salir, aunque ya habían avisado a los suyos que evitaran que la euforia y el sentimentalismo les llevara a abrazarles para felicitarlos. “Era raro, pero es que yo tenía que preocuparme por mi padre”, indica. La distancia de seguridad era tal que incluso a veces le costaba entender a su progenitor. “Mi padre sigue muy delicado del corazón, se cansaba, si no hubiera estado medianamente bien, no me hubiera casado y hubo un momento en el que se tuvo que sentar e incluso lo vi como con problemas para respirar. No le ocurría nada; estaba emocionado llorando, pero estaba súper contento. Se pasó todo el día desde que se levantó diciendo:
Esto es un sueño. Gracias Dios mío. Tenía el presentimiento de que como no lo hiciera me iba a arrepentir. Fue mi pequeña gran boda”.
Esa prudencia continuó en el banquete íntimo que hubo en el hotel, donde estuvieron sentados en mesas de seis, y contaron con la actuación de un coro que le dio el toque navideño que tanto quería la novia, cantándoles villancicos en una barra libre en la que continuaron sentados y en la que el camarero se encargaba de atender a cada uno de ellos. Pese a todo, se considera afortunada. "Tuve la suerte de que el hotel estaba cerrado, con lo cual podíamos estar todavía más tranquilos. La pena es que con el toque de queda a las diez estábamos todos en casa", indica sin poder parar de sonreír en ningún momento al recordarlo.
La celebración con toda la familia y amigos, a los que no tiene palabras para agradecer que fueran a las puertas de la iglesia “sólo para verme”, llegará “cuando se pueda”, al igual que la luna de miel, pero reconoce que después de lo que ha vivido no echó en falta una boda multitudinaria, ni una gran fiesta, en las que espera que por fin pueda dar todos los abrazos que no dio el día de su enlace, aunque tiene claro qué es lo verdaderamente importante, el amor a su familia, y por eso no cambiaría el día de su boda por nada del mundo. “Después del verano que hemos tenido valoro mucho más el día a día, tener a mi padre bien, aunque no lo pueda ver ni abrazar todos los días”. Ella también cumplió su sueño: que su padre la llevara al altar.