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La Taberna de los Sabios

El rugido del campo

El campo se muere.O lo quieren matar, que aún es más grave. Pero la vieja leona no se rendirá. Ha decidido luchar y lo hará con coraje y dignidad hasta el final

Publicado: 19/02/2020 ·
09:10
· Actualizado: 19/02/2020 · 09:10
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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Como una vieja leona acorralada, la agricultura - herida, enferma, despreciada, ignorada, humillada, perseguida -, ha decidido luchar. Y, sacando fuerzas de donde no las tiene, se ha erguido orgullosa mostrando garras y dientes. La daban por muerta, pero, contra todo pronóstico, ha decidido vender cara su vida, porque sabe que, si no logra amedrentar con sus rugidos a la bestia poderosa que la devora, morirá sin remedio. Por eso, inesperadamente, ha sacado sus tractores a las carreteras, gritando a quién lo quiera escuchar que su situación es agónica, terminal. Sorprendentemente, los gobernantes no parecen darse cuenta ni de la gravedad de la situación, ni del elevado coste que pudiera suponerle. Ya sabemos que un gato arrinconado araña, qué decir, entonces, de una leona que, aunque esquelética y debilitada, aún atesora su fiereza ancestral. La respuesta de los gobernantes y de algunas fuerzas que les apoyan no ha podido ser más decepcionante ni humillante para quiénes, desesperados, sólo les queda el derecho a gritar. “Derechona”, les despreciaron los unos, “cooperativas”, pontificaron los otros, desconocedores, al parecer, del enorme esfuerzo realizado por el sector. “Les mandaremos más inspectores”, fue la conclusión unánime del sanedrín gubernamental. Y se quedaron tan tranquilos.

El campo se nos muere. Día a día se desangra. Explotaciones inviables con las actuales estructuras de costes e ingresos drenan la vida y la economía de agricultores y ganaderos. Los precios agrarios, a niveles de veinte años atrás, no dan para cubrir siquiera lo que cuesta su producción. ¿Cómo viven, entonces, las familias que aún están empeñadas en explotar la tierra que hasta ahora los sustentó? Pues endeudándose y empobreciéndose a ojos vistas. Podemos darle todas las vueltas que queramos, pero el dramático problema del campo, hoy, es que los precios bajan mientras que los costes suben y eso no hay ni cuerpo ni bolsillo que lo aguante.

¿Y por qué están lo precios tan bajos? La respuesta es compleja y sobre ella inciden muchos factores: fragmentación de la oferta frente a la concentración del canal de distribución, competencia internacional, mayor nivel de exigencias sanitarias y de calidad en suelo europeo frente a las producciones mucho más económicas de países terceros, costo del euro frente a otras divisas, y un largo etcétera de razones que, todas ellas combinadas y catalizadas por una sociedad urbana que desconoce y desprecia por completo al mundo rural, está ocasionando la destrucción de un sector imprescindible para nuestro sustento.

También inciden cuestiones sociológicas y culturales. La todopoderosa clase urbana dicta las leyes a sus gustos y maneras, inspiradas por su propio ideario. Así, quiere comer carne, pero odia a las granjas y mataderos. Desea pescado fresco, pero abomina de los pescadores. Quiere cereales, verduras y frutas, pero persigue a los abonos e invernaderos. Exige alta calidad a la producción nacional, pero después compra la foránea porque es más barata. Se lamenta mucho de la España vacía, pero prohíbe minas, canteras, molinos y granjas. Sin rentas agrarias ni alternativa alguna, el mundo urbano sólo ofrece al agricultor la posibilidad de convertirse en un afable y folklórico hostelero rural. Persigue sus costumbres ancestrales, como la caza, la pesca y los toros, tachándolas de salvajes sin ser conscientes de que, con eso, mata su cultura y vida milenaria.

El campo se muere. O lo quieren matar, que aún es más grave. Pero la vieja leona no se rendirá. Ha decidido luchar y lo hará con coraje y dignidad hasta el final. Se equivocan quien la da por muerta. Y cuidado, cuidado, con la fiera arrinconada.

 

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