En estos días inciertos en los que, como decían los “Celtas Cortos”, sobrevivir es un arte, nos atenazan el corazón las imágenes que, con recurrencia, vemos en todos los telediarios relativas a la guerra en Ucrania.
Cierto que esa devastación nos sobrepasa, pero la supervivencia y resiliencia en las que pervivimos de manera constante hacen que ese momento de empatía y preocupación nos dure cada vez menos tiempo, pues a continuación hemos de considerar a los transportistas que con todo el derecho hacen huelga por la indecente subida de los precios de los carburantes, las familias que no llegan a fin de mes con la subida inflacionista que padecemos, los sufrientes de la pandemia inacabable o el recuerdo de nuestros compatriotas palmeros que siguen retirando ceniza y luchando por la dignidad de su día a día.
Y ante tanta zozobra, los españoles seguimos luchando para ir hacia adelante, cada uno con sus propias circunstancias, constatando algunos, quizá, que este fin de semana les resultó difícil encontrar productos frescos en los supermercados.
Debemos recordar aquello que la cantante tucumana Mercedes Sosa, en una de sus letras más famosas, pedía a Dios en un ruego íntimo, para que “la guerra no nos fuera indiferente”; y es que nos encontramos en una deriva vital que nos aleja de los conflictos humanos siempre y cuando no nos afecten de manera grave y directa, pues esta violencia y decadencia vienen siendo el pan nuestro de cada día. Se unen al perverso relativismo, consecuencia de la polarización, la desinformación y el desánimo.
Es claro que cada ciudadano debe afrontar esta situación como quiera o pueda, pero existen personas ejemplares que deben motivarnos de modo individual. Las iniciativas de solidaridad en la sociedad española, son señales de esperanza a la que aferrarse; radican en la humanidad individual, en lo más íntimo de cada uno de nosotros. Desde aquellos que, sin pensarlo y en sus propios vehículos, se han lanzado a las fronteras de Ucrania para traerse a quienes puedan, hasta los gestos solidarios de familias que se ofrecen a alojar y acoger a los refugiados que lo necesiten. Es el caso, por ejemplo, de mi Colegio de Abogados de Sevilla, que ha abierto una línea de asesoramiento gratuito a refugiados ucranianos.
Cada uno puede aportar su grano de arena en un acto necesario de dignidad y humanidad.
Que el canto de Mercedes Sosa, tan terrible y cercano, no se desvanezca nunca de nuestras mentes: “Solo le pido a Dios, que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre, vacía y sola sin haber hecho lo suficiente”.
