Uno de mis tíos le dio clases a Bertín Osborne en un internado. Al contrario del dicho, siempre reconoció al pecador pero nunca sus pecados, que debieron ser notables por aquellos entonces. Pese a lo que debió soportarlo -y no sé si también sufrirlo-, terminó por llevar en el coche la cassette de
Amor mediterráneo y hasta se acercó a saludarlo después de algún concierto. No he hablado con mi tío últimamente, pero estoy seguro de que sigue el programa de Bertín cada miércoles y que lo disfruta. A mí megustaría que invitara a Serrat, al que tumbó de un derechazo en una fiesta cuando eran muy jóvenes -lo contó el propio Serrat en una ocasión-, por ver si hacen las paces en directo o terminan por lanzarse el arroz, pero, de momento, le funciona con invitar a sus íntimos en busca de una camadería que es la que sostiene el espacio a partir de la acumulación de anécdotas, y hasta Mariano Rajoy tiene alguna que contar.
Como decía mi profesora Carmen Herrero, cuando un programa de televisión tiene tanto éxito “no puede haber tanta gente equivocada”. Es triste reconocerlo cuando la referencia es Gran hermano, pero sirve a su vez de coartada para justificar el éxito del programa de Bertín y más aún tras la audiencia cosechada por la entrevista al presidente del Gobierno.
Hasta Ferrán Monegal, severamente crítico con el acartonamiento de la televisión pública, caía rendido en elogios al espacio de esta semana y vaticinaba una previsible subida en los resultados del PP en las próximas elecciones, como si los populares hubieran encontrado, por fin, a su mejor asesor de imagen en el presentador jerezano. Nadie esperaba que pusieran en un aprieto a Rajoy, pero tampoco que saliera tan airoso del compromiso y con una naturalidad tan poco forzada; tal vez porque desconocíamos que podía ganar en las distancias cortas, como cuando relató su fobia a los helicópteros, todo lo que pierde en las largas, y eso debió doler a sus oponentes más que el propio share alcanzado.
Que los españoles den más valor a una anécdota que a una promesa electoral o a un balance de gestión lo sabremos en un par de semanas; que Rajoy ya sabe quién sería su mejor candidato para ganar las próximas elecciones municipales en Jerez, también. Bertín, por supuesto. Hasta se lo preguntó en público, para que no cupiera lugar a la duda. En realidad no le preguntó si se presentaría por el PP, pero creo que casi todos lo hemos dado por supuesto. También sabemos que no será así, para alivio, o no, de Antonio Saldaña, por mucho que se lleven los “fichajes estrella” -quién sabe si estrellados con el tiempo, como le pasó a Baltasar Garzón con el PSOE-, pero el gesto obedece también a una evidencia: lo duro que lo va a tener el PP para poder volver a gobernar en la ciudad caso de que prosigan las circunstancias actuales.
De hecho, lo único que juega a favor del PP es el tiempo, pero también para todos los demás. El semestre transcurrido hasta ahora ha tenido mucho de periodo de transición, marcado por la política de gestos y desagravios con que se han pronunciado unos y otros. Nadie deja pasar nada a nadie, ni siquiera a los recién llegados, como si tampoco hubieran logrado hacerse respetar, más los unos que los otros.
Dicen que todo cambiará a partir del 20 de diciembre, que será como poner el marcador a cero o como abrir el plazo para empezar a escribir los propósitos del nuevo año, pero también porque se habrán acabado las excusas: o hay pacto de gobierno, que es lo más obvio, por necesidad, lo más lógico, por condenar al ostracismo figurado al PP, y lo que lleva deseando más de uno y de dos desde hace meses, cansados de moderada y constructiva oposición, o el Gobierno local tendrá que acostumbrarse a una dinámica de inestabilidad externa que no beneficia a la ciudad y a la imagen quese permite proyectar hacia afuera, como hemos comprobado con todas las polémicas suscitadas en torno a la fiestas navideñas -¿ahorro o inversión?-, y eso que todavía no se ha encendido el alumbrado.