El mismo día que Jerez vendía sus atractivos turísticos en Madrid, que reclamaba su necesario protagonismo, la valía de su destino y el prestigio de su buen nombre, dos de los portales deportivos con más seguidores del país titulaban respectivamente: “Manos Limpias se querella por un posible fraude en Jerez” y “Manos Limpias se querella contra Jerez”. No sólo eso. A esas alturas, la comparecencia de los exalcaldes de la ciudad en la Audiencia Provincial este pasado martes, aunque Pilar Sánchez y María José García-Pelayo lo hicieran en calidad de testigos, se había convertido en noticia de alcance nacional y hasta El Mundo publicaba una viñeta en la que aparecían dos presidiarios en una celda en la que uno le preguntaba a otro: “¿Y tú por qué estás aquí, por un robo, por un atraco o por ser alcalde de Jerez?”. Afortunadamente, nada de eso va a privar a la ciudad ni de su valía, ni de su buen nombre, ni de que sigan visitándonos miles de personas cada año, pero ofende la persistente estigmatización a la que parecemos condenados.
La querella de Manos Limpias, de hecho, gira en torno a uno de los atractivos que la ciudad ha promocionado esta semana en Fitur, el Circuito y, por supuesto, de la mano del famoso sindicato ha captado el interés que no había logrado suscitar la denuncia interpuesta por un motoclub ante Fiscalía Anticorrupción, versada en términos muy similares, tanto, que podría parecer una el plagio de la otra, salvo por una cuestión: la alusión política; hasta tal punto que, cuando se anunció esta última, Antonio Saldaña se apresuró a decir que lo denunciado estaba “fuera del ámbito político”. En el caso de Manos Limpias no, ya que propone en su escrito que se cite en calidad de imputado, ¿como “cooperador necesario”?, al actual vicepresidente de Cirjesa, Santiago Galván.
Obviamente, la primera reacción fue de sorpresa; incluso el gobierno local sigue pensando que se trata de un error, porque ¿cómo se le pueden exigir responsabilidades de las supuestas irregularidades vinculadas a los últimos años de gestión de Cirjesa a un recién llegado? Pues el error no existe como tal -desde el punto de vista del denunciante-, aunque no nos haga salir del asombro, y el sindicato basa su argumento en que “los nuevos responsables municipales y sindicales debían haber estado especialmente vigilantes con estos temas, especialmente Santiago Galván, que no solo no ha tomado medida alguna, sino que se ha posicionado claramente a favor del Sr. Baquero”.
Pero lo que llama la atención de la acusación, que da por hecho que el nuevo vicepresidente “tenía conocimiento de estos temas”, no es sólo que apunte a Galván, sino que no aplique la misma teoría “vigilante” a quien le antecedió en el cargo, Antonio Saldaña, al que ni siquiera se propone en calidad de testigo.
El enfado monumental en el seno del gobierno local es comprensible, a falta de que el Juzgado decida si admite a trámite la querella y en qué términos, porque como apunta desde su Facebook el consejero de Cirjesa, en representación de Ciudadanos, Mario Rosado, “si hay indicios de delito en la gestión, me parece correcto que se investiguen a fin de esclarecerlos. Pero me parece un atropello que la querella se dirija también a Santiago Galván. Espero que si sale absuelto, pueda reparársele el perjuicio a su imagen y su honorabilidad”.
El caso particular y personal del concejal socialista, por otro lado, vuelve a poner de manifiesto el perverso uso que se hace en el terreno de la política de la palabra “imputación”. De momento, ni siquiera lo está, pero lo ocurrido proyecta perfectamente la situación de indefensión de cualquier político que se vea señalado por el término -salvo casos flagrantes-, y lo fácil que resulta proyectar la sospecha de una duda -de las que ofenden cuando no conceden el beneficio- para hacerlo pasear por el juzgado y solicitar, de paso, su dimisión. Al propio Antonio Saldaña le tocó sufrirlo cuando fue elegido para ir en las listas del PP al Parlamento -la que le dieron desde el PSOE por un tema del que resultó absuelto al poco tiempo- sin que nadie le presentara después sus disculpas, y cualquiera diría que Galván se las merece ahora, aunque no esté precisamente en nuestras
manos.