La vida es una suma de aciertos y errores, de sutilezas e imperfecciones, un aprendizaje continuo que nunca ocupa lugar, como el saber, pero sin tantas certezas. Alcanzar la perfección es una osadía; puede que en algún momento del día -la mañana, preferentemente-, puede que con alguna de nuestras decisiones, de nuestros gestos, de nuestras obras, pero poco más, por mucho que te mires al espejo. Por eso mismo, de nuestros políticos, no esperamos que sean perfectos, pero sí modestamente ejemplares, o si lo prefieren, rigurosamente decentes. Da igual cuáles puedan ser sus ideas. Bueno, a lo mejor a usted no le da igual y no acierta a ver algo favorable en quien considera adversario, pero a tenor de las circunstancias y de los invitados por las urnas, establezcamos unas líneas rojas: que sean decentes, serios, honrados, comprometidos, consecuentes, que no les tiemble el pulso cuando sea estrictamente necesario.
Si usted piensa en su líder político de referencia, seguro que entiende que cumple con cada una de esas líneas rojas, aunque otros entiendan que no es así, pero ya sabemos la fuerte asociación que hacemos en España a lo de tener equipo y partido, y a que a veces se llega a ser más hooligan del segundo que del primero. La cuestión es si cumplir con determinados requisitos les hace invulnerables. Y la respuesta es no.
Pongamos por ejemplo el caso de Rita Maestre, portavoz de Ahora Madrid en el Ayuntamiento de la capital. Esta semana tenía cita en los tribunales por un presunto delito contra los derechos religiosos, pero antes había pedido audiencia con el Arzobispo de Madrid solicitándole el perdón por el asalto a la capilla de la Complutense. Se le agradece el gesto como nueva forma de asaltar los cielos, y el perdón ya lo tiene, pero el divino, que no intercede en causas judiciales. A mí, y tal vez a usted, nos baste. A ella seguro que sí. Pero, cerrado el capítulo, ¿es suficiente con el acto de contrición para seguir al frente de todos sus cargos y responsabilidades como si aquí no hubiese pasado nada?, ¿en serio que lo que aquí se pretende es juzgar a toda una generación de jóvenes indignados con el poder establecido?
Pongamos otro. Tras conocerse las revelaciones realizadas por Luis Bárcenas al juez Pablo Ruz en sede judicial sobre la supuesta contabilidad B del PP, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, compareció en el Congreso para dar sus oportunas explicaciones. Su frase más elocuente fue: “Me equivoqué. Mantuve la confianza en alguien que no la merecía”. Recibió el aplauso unánime de todos sus diputados. Aquél no fue un aplauso de disculpa o de perdón, sino de enaltecimiento hacia el líder.
Descontextualizado del hecho en sí es todo un ejercicio de autoafirmación, una cerrada ovación en torno a quien es víctima de un delincuente, pero prueben a ver de nuevo la escena como aparece recogida en la película B, tras el interrogatorio al extesorero del PP, y verán cómo cobra un sentido diferente, tal vez su auténtico sentido, y es demoledor. A mí me cae bien Rajoy, puede que no le ocurra lo mismo a usted. Me parece un tipo serio, honrado y decente, pero poco consecuente, si no con aquéllos que él considera inocentes hasta que se demuestre lo contrario, sí con la situación actual que vive el país, con la realidad de su país. La respuesta es no. No vale con decir “me equivoqué”. Hay que dar un paso al lado. Se lo dijeron ayer en Vitoria: “Estamos hasta los cojones de tantos corruptos en el PP”. Él también. Lo sabemos. Le entendemos... pero se equivocó.
Y es cierto, estamos hartos de arrepentimientos, pero también de las estupideces que se formulan a diario y que sitúan a sus autores intelectuales -conste que no pretendo insultar la memoria de Umberto Eco- a la misma altura de quienes piden clemencia ante un cura o un hemiciclo. Ni son serios, ni son consecuentes, ni son leales a los millones de personas que seguirán votándoles, y ésas son demasiadas líneas rojas como para mantener la esperanza o arrancarte las ganas de borrarte de este país, en el que el uso fraudulento del lenguaje y las emociones tiene más peso que la voluntad de formar gobierno, aunque puede que a usted no se lo parezca.