Un confidente y amigo, que me tenía al tanto del desarrollo de los acontecimientos políticos en uno de los ayuntamientos de la provincia, me advirtió en una ocasión sobre una cuestión inesperada y relativa a los integrantes de su equipo de gobierno: “Son muy buenas personas”, concluyó. En el fondo, era una manera de ocultar sus carencias, o sus miedos, o su prudencia, pero en las circunstancias actuales es una credencial que tampoco conviene pasar por alto, aunque sólo sea por ganar tiempo.
A nuestro gobierno local da la sensación de que se le empieza a acabar el suyo. Está a punto de cumplir un año al frente del Ayuntamiento y llegará el momento de hacer balance. Y el balance será pródigo -por costumbre- si apuesta por hacer oposición a la oposición; es decir, al PP, convertido en la gran coartada de este “gobierno del cambio” que, por ahora, lo que ha certificado es que ha habido un “cambio de gobierno” -el orden de los factores sí altera el producto-.
Pero el balance también debe ser pródigo a la hora de ejercer como gobierno, y eso supone ir más allá del aprovechamiento de los grandes eventos. La Navidad con las zambombas, el Festival de Jerez con el flamenco, la Semana Santa con las procesiones, el Gran Premio con la motorada o la Feria del Caballo con su inigualable distinción, siempre estarán ahí, permanecerán ahí, y podrán hacérsele contribuciones, como va a ocurrir este año con la aplaudida iniciativa del “sábado a sábado” en el caso de la feria, pero los discursos de un año a otro, tampoco difieren en exceso -ni ahora, ni antes de ahora-, como tampoco ocurre a la hora de hacer una apuesta segura -
mejor, no meneallo-.
Es cierto que son pilares desde los que consolidar una identidad, una marca, un destino, porque son citas imprescindibles que reportan numerosos beneficios a Jerez, pero, por desgracia, una ciudad como la nuestra no puede vivir sólo de las rentas de estos acontecimientos, sino que tiene que seguir avanzando en busca de nuevas metas y nuevos proyectos que contribuyan a mejorar la situación socioeconómica actual; y al gobierno local le iría mucho mejor si dedicara más tiempo a la gestión diaria encaminada a esos objetivos, o, mejor, a informarnos de esa gestión diaria -no demos por hecho que no la hace-, que a seguir haciéndole oposición al PP, más allá del valor o rédito político que pretenda obtener y que, por otro lado, es el único al que puede aspirar desde ese punto de vista.
Visto así puede dar la sensación de que estamos obligándolos a dejar de hacer lo que mejor saben o necesitan hacer, política de trincheras, pero tampoco conviene olvidar que su función primordial es la de ser útiles a la sociedad a la que representan y ante la que tienen que rendir cuentas, como están a punto de hacer ahora con el plan de ajuste, que en realidad es una rendición en toda regla ante el intervencionismo innegociable del Ministerio de Hacienda, y aunque haya otros culpables mucho antes que él.
Ni siquiera ha ayudado el postergado cambio de escenario político a nivel nacional. Quedamos en que a partir del 20 de diciembre cambiaría todo y aquí no ha cambiado nada. Ni pacto de gobierno, ni auxilio estatal en mejor y comprensiva medida, lo que sigue postergando una situación de interinidad que, si bien no le ha venido tan mal como se esperaba al PSOE, sí ha afectado, por ejemplo, a la entidad y a la identidad de los plenos, en la mayoría de los casos de una intrascendencia cargante y reconvertidos en foros de lucimiento personal o escaparate promocional -alguien debe manejar unos datos de audiencia que alienta a hacerlo-; entre otras cosas porque apenas hay hueco para la gestión en el debate desde el momento en que la junta de gobierno suple esa función para no ver tumbadas sus iniciativas.
Tiene razón Isabel Armario cuando reconoce públicamente que los plenos son “soporíferos” y, lejos de criticarla porque lo vea así, sería preferible animarla a que su grupo contribuya a cambiar la dinámica. Podría ser uno de sus propósitos de enmienda tras el primer año. Confiamos en que no sea el único.