Hace ya algunos años, cuando aún se aguardaba escrupulosamente a que dieran las doce de la noche para realizar la pegada de carteles; incluso mucho antes del influjo de las redes sociales, internet y la proliferación de sondeos electorales, resultaba bastante complicado vaticinar un resultado electoral que no fuese el de las propias sensaciones personales que transmitía la calle; de ahí al trankimazin solo quedaba un paso. El mero anuncio de una encuesta ya prendía mecha en los teléfonos -eso no ha cambiado- y aceleraba una ansiedad que, en función del resultado, conducía al alivio o al autoconvencimiento de que su dato estaba manipulado, pero con doble dosis de trankimazin al fin y al cabo.
Conocí a un avispado político que, para asegurarse de que iban por el buen camino, incluía en cada equipo de reparto de votos a una persona que se encargaba de anotar quién les votaría y quién no de entre aquellos a los que acababan de entregar la papeleta en mano, casa por casa. En algunos casos era evidente, pero en la mayoría obedecía a cierta intuición, sujeta asimismo a variables estadísticas. Lo cierto es que el tipo clavaba los resultados antes de cualquier escrutinio y por encima de cualquier encuesta, y aunque sea un método poco práctico para unas autonómicas, la incertidumbre que empuja a todos los partidos a digerir la espera corre en paralelo a ese mismo empeño en cualquier formación por poder estar al tanto de las tendencias palpables en el electorado hasta el momento mismo de introducir la papeleta en la urna.
En el caso del 2 de diciembre, hay asimismo un ímpetu decidido por convertir estas elecciones en una especie de referéndum múltiple, como si no fuera suficiente con conocer quién podrá guiar los designios de Andalucía durante los próximos cuatro años -o tres meses, si no hay alianzas-.
Así, para Pedro Sánchez serán las primeras elecciones desde que es presidente del Gobierno; y también para Pablo Casado como nuevo líder del PP. En este sentido, Sánchez seguirá en su sillón el 3 de diciembre, y gane o pierda el PSOE puede que lo haga con el mismo placer, pero más aún si el PP queda relegado a tercera fuerza en Andalucía, porque obligará a Casado a cambiar de estrategia, y si lo hace para mal sabe que puede ir en beneficio suyo propio. El nuevo presidente de los populares quiere, por su parte, que las elecciones andaluzas sirvan para poner fin a 37 años de gobierno socialista, pero también de censura contra la gestión de Pedro Sánchez, de ahí que esté de gira por Andalucía en actos en los que ni siquiera comparece Juanma Moreno, ni en el cartel.
Ciudadanos coincide con el PP en la táctica y aspira a cobrarse dos piezas de un mismo tiro -Díaz y Sánchez-, aunque lo que de verdad está en juego para ellos es consolidarse como alternativa más allá de las encuestas, ya que hasta ahora parecen habituados a ganar con solvencia en los amistosos, pero aún les queda convencer en las citas oficiales, y llevan demasiado tiempo viviendo de las rentas de la infructuosa victoria en Cataluña.
Ante dicho panorama, Adelante Andalucía podría convertirse en la vía más rápida para facilitar una investidura del PSOE si se cumple lo que predicen los sondeos, aunque no parece mucho por la labor, y todavía está por ver que la confluencia entre Podemos e Izquierda Unida termine por dar los frutos esperados, más allá de repetir el número de escaños que lograron por separado en 2015, lo que supondría del mismo modo una advertencia para las confluencias municipales, aunque tampoco es cuestión de ejercitar la política ficción más lejos de lo que nos atañe ahora, y antes de que algunos avancen incluso hasta la distopía, que es donde sitúan a Vox tras alarmarse con la posibilidad de que logre representación parlamentaria.
De cualquier forma, lo del 2 de diciembre no es un referéndum, y eso lo sabemos nosotros, que es lo importante. No hay engaño posible y sí una única certeza, aunque haya que esperar hasta entonces para conocerla, mientras se agotan las reservas de trankimazin en las farmacias.