Empieza hoy la última semana de octubre, la última de mi colaboración en este medio. Han sido más de cinco años en los que de lunes a viernes ha aparecido mi firma en Información y, alternativamente, en otras cabeceras de Publicaciones del Sur.
Durante estos años he tenido total libertad para expresar mi opinión que, comprenderá, no siempre ha sido coincidente con la suya. De cualquier forma, equivocado o no, siempre firmé mis comentarios y asumí mi responsabilidad, como no podía ser menos. No se puede decir lo mismo de los que emboscados en el anonimato esconden la mala baba haciendo juicios personales de valor. A estos, ni caso.
Los políticos son de otra casta. Ellos saben que al desempeñar cargos públicos están sujetos a la opinión de los que les pagan, y a pesar de esta circunstancia, discrepan siempre de los que no lleguen con el incensario en la mano; creerse de una casta infalible acarrea soberbias ridículas y, a pesar de gozar de impunidades increíbles, ponen en riesgo la credibilidad de la propia democracia, si se le puede llamar así a este régimen donde pesan más los votos que los razonamientos.
Emprendo, pues, un nuevo camino, éste digital, del que daré cuenta en su momento. Sin embargo, creo que necesito explicarlo. Una vez que las ideologías han ido perdiendo peso específico para ilusionar al pueblo soberano y han sido sustituidas por intereses, el individuo como tal ha dejado de ser importante para ser suplantado por colectivos so pretexto de que la unión hace la fuerza. Sin embargo, en la vertebración de la sociedad es el individuo en su singularidad lo importante, no el número de ellos.
Esto es cada día más evidente a pesar de los que tratan de eludir sus responsabilidades amparados en el grupo. Propagar esta idea bien merece la pena. Sin pretender ser defensor de nada, estoy seguro de que no estaré solo. La libertad no es un derecho que se adquiere por ser mayor el número de los que la reclamen, sino porque es una conquista diaria, individual, emprendida en todos los campos donde el ser humano deja su huella, ya sea ético o estético, educacional, moral y, cómo no, económico. Todo lo que no se adquiere mediante el esfuerzo personal termina por despreciarse. No se trata, pues, de una llamada a rebato, sino a la rebeldía a ser manipulado. El tiempo de las piaras ya pasó, como el de los paternalismos, como el de las globalizaciones autoritarias, como el de los silencios comprados.
El ejemplo más inmediato de lo que no debiera consentirse lo estamos viendo en los procedimientos empleados para obtener la aprobación de los últimos Presupuestos del Estado, donde cada miembro de la sociedad política está tratando de salvar su modus vivendi, no de acudir en defensa de la sociedad civil zarandeada por ellos, por sus carencias y por el gran capital que los mantiene.
Aspirar a que todo encaje, evidentemente, no es tarea de hoy para mañana. Pero invito a los que quieran tener futuro propio.