Queridos lectores últimamente se ha hablado y escrito mucho en Cuba sobre cultura e identidad nacional con motivo de la conmemoración el pasado 20 de octubre del Día de la Cultura Cubana, aniversario de la primera vez que se cantó nuestro himno nacional en la ciudad de Bayamo en 1868.
En esos ambientes de recuerdo y de memoria histórica, he experimentado renovadamente y con sentimientos muy intensos el orgullo de ser cubano y el amor por nuestra Patria que, en las coyunturas del momento en que escribo, sufre por causa del castigo de los ciclones Gustav e Ike 2008 que han arrasado nuestros campos y ciudades y que además anhela un futuro de soluciones sociales, económicas, políticas y espirituales a los grandes problemas acumulados durante años como consecuencia de una impronta de inmovilismo triunfalista y dogmático que nos angustia sensiblemente.
Nación, cultura y responsabilidad identifican conceptos interdependientes y correlativos que exigen definiciones de vida, de pensamiento y de correspondencia de la palabra con los hechos. Si la cultura se considera como alma y escudo de la Patria, lo cual constituye una definición atinada, en esa misma dirección podríamos decir también que la cultura exige una responsabilidad específica con la nación a la que le da identidad y con los ciudadanos que conforman esa nación. La responsabilidad del intelectual con los intereses vitales de su pueblo, con las realidades en que se encuentra insertado, así como con la historia, la justicia, la paz y los derechos inalienables de la persona es un deber esencial que nunca debería eludirse. Los intelectuales coadyuvan decisivamente a la formación del pensamiento, a la difusión, desarrollo y cumplimiento de los objetivos de vida de su pueblo y del mundo que les ha tocado vivir.
Es imprescindible una consecuencia con los conceptos básicos de libertad de conciencia, y de libre expresión del pensamiento. Estos conceptos no admiten justificación válida alguna para la enajenación que deje a un lado la realidad cotidiana, los dolores y las angustias del pueblo y de la verdad histórica del momento en cuestión. Estas definiciones básicas se han estado removiendo en mi conciencia y cuando miro hacia el entorno del lugar y del momento en que me encuentro insertado, veo que si bien se reconoce públicamente el papel de la intelectualidad cubana que en nuestro devenir histórico fue forjadora de la identidad nacional e incluso algunos hablan de la importancia del diálogo y de la polémica como factores esenciales del desarrollo de nuestra cultura nacional, en cambio algunos manifiestan incomprensión e intolerancia con los que piensan distinto promoviendo paralelamente la actitud de albarderos del pensamiento oficial o en el mejor de los casos desentendiéndose de toda posibilidad crítica y aislándose dentro del mundo de las formas que muchas veces esconden un concepto propio del gremialismo elitista, apartado de la realidades que día a día se presentan en nuestro entorno. Ser consecuentes con la realidad en que estamos insertados es deber y definición esencial.
No seguir calificando y descalificando la brizna de hierba que tienen los demás en sus ojos sin ver en cambio la viga en los nuestros. Si esto no es así: ¿Cuál es entonces el papel del intelectual con la cultura y con las realidades en que se encuentra inmerso su pueblo?