Tras la publicación de “
Confieso que he perdido el miedo”, “Ombligos y universos” y “Simulacro”,
Julia Navas Moreno suma con “Zapatos sin cordones” (Chamán Ediciones) su cuarto poemario.
En esta entrega, la poeta avilesina ha articulado un libro intenso, doliente, desde el cual indaga de forma honda y meditativa sobre las aristas que se anudan a los trastornos de la salud mental. Los poemas aquí reunidos, se suceden en una suerte de catarsis, de íntimo diario desde el cual la verdad de lo común deja de ser instinto para convertirse en inquietud, perplejidad, angustia: “Estabas preparada para todainclemencia,/ pero no para el quebranto de su mente:/ el arrebato, el trastorno, el abandono,/ el rechazo, la soledad de/ la planta tercera y sus erráticos transeúntes”.
Cuando cada pensamiento se convierte en relámpago, en fuga, en vacua fecundidad, es complejo encontrar recursos para batallar contra lo que antaño fue razón. Y, aún más, cuando todo ese desorden se orilla en lo familiar.Y permanece.Y hiere: “Amar el miedo,/ temer la inmensidad del mar,/ dejarse arrastrar por la corriente/ hasta el límite de tus fuerzas./ Saber que, aunque el movimiento/ de tus brazos sea avistado,/ nadie llegaría a tiempo”.
En la frontera del desamparo queda, al menos, el bordón de la palabra, su sólito consuelo que redime y rescribe cuanto el alma va ovillando. Porque en la soledad de las noches y las albas, el verbo se hace fiel compaña, necesaria reflexión para almendrar la esperanza. La misma, con la que Julia Navas Moreno quiere aprehender lo mejor de sí.
“He aquí el testimonio de una verdad y una lucha, y también de un amor más allá del amor no como algo pequeño o cotidiano, sino de ese amor que trasciende…”, anota en su prólogo Ana Vega. Y, sin duda, que entre estas páginas plenas de honestidad, de devoción, hay un corazón inmenso, latidor, que quiere salvar los obstáculos, que necesita sobreponerse a tantas contrariedades y trazar un camino nuevo, un horizonte de soles y de azules: “Tus miedos y los míos/ para acabar pronunciando/ el verbo amar en todos sus modos,/ en todos sus tiempos/ y conjugaciones./ En todos los idiomas por explorar”.
Con un verso rotundo y asido a lo vital, el yo lírico conforma una geografía propia desde la que alinear paisajes, territorios, huellas, remembranzas…, que sirvan para recomponer un espacio que se haga casa y abrigo, presente y futuro solidarios.
En su epílogo, Vicente Muñoz Álvarez anota que al hilo de estos poemas, hay “luz de vida, luz de lucha, luz de entrega, luz de arrojo, luz de Madre…”.Y, además, la férrea constancia de quien no conoce la rendición, de quien no sabe sino acercar su alma y sus manos a lo que más quiere: “Hay un olor en cada objeto que tocas./ Puedo decirte que te haces eterna,/ que sellas tu presencia/ en todos los rincones de mi vida/ y se hacen imprescindibles/ tus pensamientos./ Estás./ A miles de kilómetros/ en la habitación de al lado,/ en el cisco que alimenta la brasa,/ en la sombras de los puentes,/ y en las delicadas fibras/ que arropan mis miedos”.