Desde su primer libro editado en 2005, “Poeta en India” (premio “Joaquín Benito de Lucas”), he seguido muy de cerca el viaje lírico de Verónica Aranda (1982). Al hilo del poemario citado, escribí en este mismo espacio que la autora madrileña manejaba con solvencia el ritmo versal y conjugaba con habilidad los múltiples espacios que articulaban su humano diálogo. Desde entonces, su obra ha ido creciendo firme y sostenida y, prueba de ello, son los muy distintos reconocimientos alcanzados hasta la fecha: “Antonio Carvajal de Poesía Joven”, “José Agustín Goytisolo”, “Margarita Hierro”, “Antonio Oliver Belmás”, accésit de “Adonáis”, “Miguel Hernández”, “Ciudad de Salamanca”…
Ve ahora la luz “Cobalto oscuro”, galardonado con el premio “Ciudad de Pamplona” en su última convocatoria. Esta vez, Verónica Aranda ha querido homenajear a un amplio grupo de pintoras de épocas muy variadas y, para ello, ha seguido un orden cronológico. De ahí que su pictórico recorrido se inicie con Sofonisba Anguisola y su cuadro “Una partida de ajedrez” (1555) y finalice con “Laying with the olive trees” (2011) de Tracey Emin.
La cita de Simonides de Ceos, “La pintura es una poesía muda y la poesía es una pintura que habla” es el pórtico de un poemario que conjuga sabiamente escenas de temáticas diferentes con aspectos íntimos de las autoras. De ese modo, el lector se adentra en un universo cromático, atractivo, del que van surgiendo autorretratos, desnudos, naturalezas muertas, instantáneas cotidianas…, que conforman un universo unitario y solidario.
En el sustrato de estos hay, a su vez, un aliento vital y un halo de melancolía que se debate con el curso de una historia compleja en el que el papel femenino se vio debilitado por la sombra de la desigualdad.
Muestra de ello es el poemade la citada Sofonisba Anguisola que abre el volumen: “Desafían las reglas:/ jugar al ajedrez./ Toda estrategia y lógica/ era exclusiva/ de los hombres./ Pero las tres muchachas, con trajes de brocado,/ mueven piezas y posan relajadas”.
La lucha contra las adversidades, el esfuerzo de superación, el afán por alcanzar la libertad se refleja, por ejemplo, en “Autorretrato en un Bugatti verde” (1925) de Tamara de Lempicka: “En la velocidad se despoja de las máscaras,/ tan dueña de sí misma,/ frívola y displicente,/ heroína instalada en la carrocería./ El futuro que ruge/ en forma de motor/ le hace sentir completamente libre…”.
La experiencia del dolor instalado en el cuerpo surge desde la
voz de Frida Khalo: “Hay un punto focal/ de raíces cortadas/ magullando mi cuello./ Esta es mi identidad (…) En esta narrativa de la ausencia,/ trepa el gato a mi hombro./ Me inquieta/ su mirada verde trébol”.
Claro que no faltan entre estas páginas momento de delicados, de suma calidez, donde se reviven imágenes donde el goce de vivir, la armonía de lo tangible y el fulgor de los anhelos son materia vívida: “Las muchachas emprenden el camino a Anacapri./ Llega la claridad de aquella noche/ despreocupada y lúdica./ Son marido y mujer,/ idénticos anillos,/ maquillaje./Gerda encuentra en Lili/ su ideal de belleza femenina”.
En suma, un bello conjunto, donde se abrazan los aromas, las texturas y los deseos de una poesía colorida y sustancial.