"Cuando te conviertes en profesional te das cuenta de que hay pocos mitos, porque este es un trabajo como otro cualquiera y tiene poca bohemia. Quería saber sobre Bruguera, cómo eran, cómo dibujaban, por qué han influido a tantas generaciones durante cien años", explica el autor en una entrevista con Efe.
La idea de Roca consistía en "plasmar la Bruguera de la decadencia, la de finales de los 70 y principios de los 80", pero el trabajo de documentación le llevó por otros derroteros. "Llegué al punto de Tío Vivo y me di cuenta de que la historia era el nacimiento de esta publicación, que tuvo lugar en 1957", recuerda.
Editorial todopoderosa en la España de la época, Bruguera dispensaba "un trato familiar a los empleados y dictatorial a los dibujantes". "Los contratos eran leoninos y se quedaba con los derechos de autor, pero a la gente que tenía en plantilla la trataba muy bien", señala el ilustrador valenciano.
Cansados de este trato discriminatorio, cinco autores abandonaron la compañía y fundaron su propia revista. "Estamos hablando de José Escobar, Guillermo Cifré, José Peñarroya, Carlos Conti y Eugenio Giner, dibujantes que tenían un gran calado social", afirma Roca.
"Hacían un cómic con cierta crítica. Carpanta pasaba hambre en una España donde, oficialmente, no se pasaba hambre. Estos dibujantes se van y llegan otros nuevos, como Ibáñez o Segura, que introducen el humor absurdo en el cómic. 'Mortadelo y Filemón', por ejemplo, son dos agentes secretos, justo lo contrario que 'Petra, criada para todo'", remarca.
La trama sigue el devenir de esta aventura empresarial, pero en ella confluyen otros muchos aspectos: "Es un proyecto que no tenía precedentes a nivel mundial, una revista creada y dirigida por sus propios autores. Pilote, que también trabaja bajo esta idea, no salió en Francia hasta la década de los 60", apunta Roca.
Como cabía esperar, Bruguera no se quedó de brazos cruzados, y torpedeó el lanzamiento de la nueva revista con todas las armas a su alcance. "Eran cinco dibujantes luchando contra un imperio. Tío Vivo sólo duró un año y es una lástima, porque si hubiese funcionado, la historia del cómic en España sería hoy mucho más parecida a la francesa", opina el ilustrador.
El tebeo no evita entrar en polémicas, señalando a Manuel Vázquez como delator de los insurrectos. "Intenté recrear la historia de la manera más cercana a la realidad, pero no deja de ser una obra de ficción, y a veces alteras las cosas para que tengan una emotividad determinada", advierte Roca.
"Los cinco dibujantes querían que Vázquez fuera parte de Tío Vivo, pero no hay forma de demostrar que él les denunciara en Bruguera. Víctor Mora me dijo que era la clase de cosas que podía hacer Vázquez. Unos te dicen que era el mejor tipo del mundo, y otros que era la persona más ruin que habían conocido", afirma.
No hay malos ni buenos en "El invierno del dibujante" (Astiberri), un homenaje de Roca a sus "ídolos infantiles". "Yo firmaba como Ibáñez, pero Juan Rafart era el que más me gustaba, porque tenía un estilo diferente al resto de autores", confiesa.
"La mayoría de estos profesionales murieron en el olvido. Casi ninguno vio cumplida la lucha emprendida en 1957, la de reconquistar los derechos de sus personajes. Ibáñez y Escobar los recuperaron a finales de los ochenta, cuando Ediciones B se quedó con los fondos de Bruguera tras la quiebra de la editorial", remata.