Al Ciclón de Jerez le respalda un importante palmarés de triunfos, también un gravísimo percance, que es cosa seria. Y Rafaelillo, en la línea de entrega y valor que han marcado sus anteriores actuaciones en Pamplona, ya con una salida a hombros el año pasado precisamente con esta misma ganadería de Miura, ayer volvió a reivindicarse como torero de las peñas y de la otra parte, la sombra.
A Padilla le cantaron el “illa-illa-illa-Padilla-maravilla” antes incluso de arrancar el paseíllo. Y él correspondió dando todo y más de su parte.
En su primero, variado y lucido con el capote, en dos largas cambiadas en el tercio, y en lances a pies juntos. Puso banderillas con mucha seguridad. Y lástima que en la muleta el toro no se desplazara más y mejor.
Puso muchas ganas el torero, pero no hubo forma de robar un muletazo completo, además con el toro a menos.
El cuarto no tuvo lo que se dice ni un pase. Manso en el caballo, se fue suelto las tres veces que lo llevaron.
Padilla banderilleó esta vez con menos lucimiento, aunque muy ajustado en el tercer par. En la muleta no pasó el miura, y en todo caso en un par de amagos de arrancadas, se volvió, y con malas intenciones.
Rafaelillo, también fajador nato, no se anduvo con remilgos en lo que a entrega se refiere. Todo corazón a lo largo de sus dos faenas.
Jesús Millán tropezó en la cara del toro, él solo, cuando proyectaba el primer lance a su primero. Se asustó y a partir de ahí no se supo si realmente el toro era bueno o malo. Contagiada la cuadrilla, hubo pánico en banderillas.
Con la muleta no expuso ni un alamar. Breve trasteo sobre las piernas, quitándole las moscas.
También entró a matar con muchas precauciones.
No mejoró la actitud de Millán en el sexto, aunque aparentemente lo vendió mejor. Otro toro que se negó, muy parado. Millán estuvo ahí pero sin pasar de las apariencias, es decir, nada, y eso sin contar el desastre con la espada.