Ha acertado, estimado lector. La hablilla se ha soltado el pelo, asegura que un poco de aire no viene mal a sus canas, por tanto, desea que ondeen y brillen durante estos tres minutos que usted le regala. Y es que desde una altura como la que facilita el transporte público, por ejemplo, los asientos y las ventanillas nos permiten apreciar el pelo, más bien, la parte más alta de la cabeza de los pasajeros y de los viandantes.
La aparición de las canas ha propiciado el uso del color para disimularlas o bien para taparlas, porque surgen sin tener en cuenta la edad. A su ritmo, van poblando zonas concretas de la melena hasta que la copan en su totalidad o en gran parte. Y lo hacen cuando el pelo va perdiendo color o envejece, según demande la naturaleza. En principio, las canas son esporádicas y no se les echa apenas cuenta porque no se ven o por el refrán, ya se sabe, por cada cana arrancada siete asomadas. Poco importa mesarlas, como en las novelas de caballerías, ya que al poco tiempo comienzan a formar mechones, así que o se aceptan con agrado o se sufren.
Es entonces cuando se piensa en la peluquería, en el salón donde huele a aceite de argán y las burbujas de champú estallan sin hacer ruido, donde el color se esconde en un tubo para que unas manos expertas den al cabello un tono apropiado a esta decoloración tan natural como el paso del tiempo. El resultado complace la mayoría de las veces, a pesar del cambio y la asunción que conlleva, sin embargo, las canas le han ido ganando terrero a la coloración manual y las melenas grises pasean su naturalidad con encanto y sencillez. Se ven preciosas en mujeres e interesantes en hombres y, contra todo lo afirmado, no transforman el físico, no avejentan, todo lo contrario, subrayan una madurez ilusionante y ágil.
La decisión de no tocar las canas, de respetar su albedrío fue tomada durante la pandemia, aseguran los estudios publicados una vez que se fue recobrando la normalidad. El confinamiento, las medidas de seguridad y el miedo generalizado fueron alargando el momento de volver a la peluquería, el momento de relacionarse de nuevo con los demás y aunque aquello pasó, nos ha cambiado. Por eso vemos más melenas grises, largas y muy cortas, rizadas y lisas, a pesar de las entradas que ofrece Internet para definir qué las causa, para revertir el proceso o descubrir su significado espiritual. Su gris se ha normalizado hasta el punto de enamorar a quien las tiene y a quien las ve. Y aunque se iluminen con el azul y el rosa son fogonazos sutiles entendidos como una decisión tan valiente y original como impensable hace menos años de los que se recuerdan.
La hablilla, contenta, se está recogiendo el pelo.