El tiempo en: Huelva

San Fernando

Manuel Mariscal y la paloma -o palomo- que siempre estaba acompañada

No tiene dónde vivir en estos tiempos del coronavirus ni fuerza para moverse. Vive abandonado a su suerte y a un "vacío legal" frente al Mercadona de San Marcos

Publicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad Ai
Publicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad Ai
  • Manuel en su habitáculo. -

Tiene nombre y apellidos. Manuel Mariscal Morón. No tiene un techo sobre el que guarecerse, salvo que se le pueda llamar techo al cobijo donde se encuentra actualmente.

Antes estuvo en el hogar San Vicente de Paúl, hasta que hace unos días desapareció por cuestiones que no vienen al caso y cuando ya le habían hecho el test rápido del coronavirus, dando negativo.

Luego quiso volver a la Casa Hogar Federico Ozoman de esa Sociedad, pero le dijeron que no lo podían admitir. Había estado fuera y podía haberse infectado, cuando todos los demás -y él antes de irse- habían dado negativo.

Gente de asociaciones que ayuda a sintechos se han puesto en contacto con todos los establecimientos posibles. En el albergue provisional que puso en marcha el Ayuntamiento no hay plazas. Desde el Ayuntamiento responden que están haciendo todo lo posible, pero que es difícil.

Manuel Mariscal Morón vive en el exterior del aparcamiento que hay frente al Mercadona de la calle San Marcos, en un rincón, con su silla de ruedas, sus bártulos y tendido en el suelo porque no tiene fuerzas ni para levantarse.

Nadie se ocupa de él e incluso, a quienes han intercedido por su persona, les han dicho que hay "un vacío legal" que impide poder socorrerlo.

Quien ponía en antecedentes a este plumilla que firma arriba no sabía cuánto tiempo podría sobrevivir en la situación en que se encuentra. Había preocupación en la denuncia pública. Y hay desesperación en la mirada de Manuel Mariscal Morón.

-¿Va a poner mi nombre en el periódico?

-Sí, pero si usted no quiere, no -le contesté-.

-Haga usted lo que quiera. Aquí no va a venir nadie.

No sé por qué lo cuento, pero creo que viene al caso. Durante toda la jornada de este jueves, en la calle Velázquez, ha estado una paloma -o un palomo, perdonen que servidor no conozca el sexo de los pájaros que, por cierto, me dan grima desde que ví la película de Alfred Hitchcock's- pero sí puedo asegurar que de las veces que pasé por allí siempre había un congénere a su lado que le llevaba migajas del suelo. Luego, cuando fui este tarde, ya no estaba.

No sé qué ha sido de la paloma -o palomo- que siempre estaba acompañada. Pena que no le hice una foto. Y es verdad que no hice tampoco nada por recogerla y ponerle en lugar seguro. Quizá porque vi que no le faltaba ayuda.

De Manuel sí sé que sigue allí, a las 19.00 horas de este jueves 23 de abril, Día del Libro, del Año del Coronavirus. 

Si nadie va a socorrerlo, que sepan que él no espera que vaya nadie. No como la paloma -o palomo- que siempre tenía a su vera a otra paloma -o palomo- que le acercaba la comida. Y que desapareció por la tarde.

Quizá dentro de unos días alguien sepa de su suerte. De la de Manuel. Si la tuvo. 

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN