Santa Teresa dejó escrito que, en su misión fundadora, nunca lo había pasado peor que en Sevilla, donde fundó tres conventos, sólo uno de los cuales queda en pie y, por poco, ya que ha sido precisa una suscripción popular para reunir fondos para rehabilitarlo, en el quinto centenario de la santa.
En el corazón del Barrio de Santa Cruz, el monasterio de San José del Carmen, popularmente conocido como de las Teresas, tenía el claustro apuntalado para evitar su derrumbamiento, los artesonados mudéjares de medio milenio de antigüedad se caían a pedazos, las monjas dormían en celdas con hasta seis cubos para recoger las goteras de la lluvia, las cubiertas amenazaban hundimiento...
Las 17 monjas que lo habitan -una japonesa, otra italiana y otra argentina, pero en su mayoría sevillanas, la más joven de 37 años- no respondían a los requerimientos para acudir a las instituciones, ya que el monasterio y su iglesia son Bien de Interés Cultural: "Cómo vamos a pedir dinero a las instituciones públicas en plena crisis, con tanta gente desempleada y pasando necesidad", concluían.
Vecinos del barrio y gente allegada al convento han reunido algo más de 1,2 millones de euros en seis años, coordinados por el economista Gonzalo Gil, mientras que el arquitecto Carlos Violadé lleva ese tiempo trabajando desinteresadamente en el proyecto de rehabilitación y supervisando las obras, esta misma semana las de restauración de la fachada principal.
Violadé ha dicho a Efe que lo hecho hasta ahora han sido obras de urgencia para quitar los apuntalamientos y evitar que el edificio se caiga, pero que aún hay que invertir otro tanto para salvar casi la mitad de las cubiertas -ayer mismo una se hundió dejando otra vía de agua-, restaurar los artesonados mudéjares y salvar el techo de la iglesia, devorado por xilófagos, entre otras actuaciones.
Una reunión de las monjas, en la que debatían si salvar los artesonados era una prioridad o no -casi la totalidad se inclinaban por el no- fue interrumpida por un trozo de madera del techo que cayó sobre la mesa en torno a la estaban reunidas, de modo que fue la dura realidad la que les hizo cambiar de opinión.
Pero como no hay fondos para restaurar un artesonado mudéjar de madera de unos 60 metros cuadrados, el techo se ha protegido con unas redes para evitar una desgracia.
La mayoría de los fondos han sido aportados desde Sevilla, con dos o tres donaciones de 10.000 euros, aunque han partido hasta desde Japón, una de 5.000, a lo que hay que sumar el goteo incesante de vecinos que se acercan al torno de la clausura para dejar un sobre y algún propósito: "Madre, mientras cobre la pensión a ustedes no les faltará su asignación mensual".
El convento es una antigua casa-palacio del XV de 2.500 metros de planta y 4.000 construidos y en su archivo se conserva el original de "Las Moradas" de Santa Teresa, cartas suyas originales y el retrato original que tantos manuales de literatura reproducen, debido a Fray Juan de la Miseria.
Cuando la santa vio el cuadro, reprendió con humor al fraile artista: "Me ha sacado fea y legañosa".
Y, entre otras reliquias, una zapatilla, la campanilla que se llevaba de viaje y a la que llamaba "la Ronquita" porque sonaba muy mal, el tambor que ella misma tocaba en las fiestas y su capa.
El convento conserva tallas de Juan de Mesa y de Martínez Montañés, frescos y una buena colección de pintura barroca, todo lo cual daría para abrir un museo, una idea que las monjas también han desechado por ser contraria a la vida de oración y contemplación a la que se consagra la clausura de las carmelitas descalzas.
En 1575, en el ocaso de su vida, Santa Teresa llegó a Sevilla, la ciudad más rica de la época y en la que menos ayuda recibió, por lo que en "Las Fundaciones" escribió: "No me entiendo con la gente de Andalucía", y más adelante:
"Nadie podría pensar que en una ciudad tan caudalosa como Sevilla y de gente tan rica había de haber menos aparejo de fundar que en todas las partes en que había estado (...) No sé si el mismo clima de la tierra, que he oído siempre decir que los demonios tienen allí más mano para tentar, (...) y en ésta me apretaron a mí, que nunca me vi más pusilánime y cobarde en mi vida que allí".
Es posible que cinco siglos más tarde la cuestación encabezada por los vecinos de su convento le haya hecho cambiar de opinión.