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Jueves 18/04/2024  

Sindéresis

Mamá, no lo entiendo

Debe ser cosa de querer quitarse la vida y sospecho que en muchas ocasiones así sucede exactamente.

Publicado: 15/02/2021 ·
13:13
· Actualizado: 15/02/2021 · 13:17
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

Del propio autor:

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En cuántas ocasiones nos hemos imaginado el infierno que supone para un chaval o una chavala homosexual tener unos padres homófobos; no solo tenerlos, sino escucharlos hablar en público. Qué coño, algunos de los que me leéis lo habéis vivido. Debe ser cosa de querer quitarse la vida y sospecho que en muchas ocasiones así sucede exactamente.

Por el contrario, tenemos el ejemplo de miles y miles de personas que no son homosexuales y que han participado y defendido el derecho de estos a una vida digna, plena y ausente de prejuicios, y con toda seguridad muchos de estos padres han salido a celebrar el Día del Orgullo con sus pequeños de la mano, o sobre sus hombros, y esos pequeños se han sentido a salvo, han sentido que al menos en su casa se les quiere, se les acepta y se les defiende. Que al menos tienen un hogar que es fortaleza.

Así sucede con la lucha feminista y contra la violencia machista; qué tortura debe ser para tantas niñas escuchar a sus padres comentarios que tienen que ver con cómo iba vestida la víctima, con qué infierno es un divorcio para los hombres, que es normal que se les vaya la cabeza, que es que a veces las mujeres… Y por el contrario tenemos a los padres que han asumido los privilegios con los que nacieron como varones heterosexuales, han puesto pie en pared y han dicho: “Se acabó; mi hija será libre”.

Y ahora reflexiono con muchísima tristeza cómo debe ser el hogar de una chica trans cuando ve a su madre compartir las opiniones de una señora pasada de rosca que dice que ya no sabe cómo llamarlos, que los va a llamar mutantes, ¡señoras con barba! Qué honda tristeza, qué retroceso, qué soga más diáfana veo y qué impotencia. Imagino a esa chica trans, que por miedo e incomprensión todavía viste como un chico, cómo mirará en silencio a su madre, a esa madre a la que acompañó a la manifestación del 8M, a la que ayudó a dibujar pancartas, a quien ayudó a pintarse la cara de morada, con qué temblor se preguntará por dentro: “¿Me quieres echar de todo eso? ¿De verdad piensas que esto lo hago para ver culos en el vestuario de las niñas? ¿Que estoy en contra de tu lucha? ¿Qué soy un caballo de troya del machismo?”

Esta chica trans ha aprendido de su madre a diferenciar un discurso que sí es un caballo de troya y ha aprendido a defender que solo un 0,3% de las denuncias por violencia de género acaban demostrándose falsas, y ha aprendido de su madre a desmontar todo tipo de sospechas sobre el feminismo, y a rebatir la tesis de los chiringuitos clientelares, y a argumentar que la violencia que sufren las mujeres es estructural; y esta chica trans tiene que soportar que su propia madre se ponga del bando del odio, hacia ella, y argumente con fantasmas de cosas que quizá podrían pasar si sale adelante la ley que le permite, simplemente, declararse como es sin que un médico le dé permiso; que si violadores haciéndose pasar por mujeres en la cárcel de mujeres, que si las medallas olímpicas, que si el borrado de mujeres, como antes se argumentaba contra el borrado del matrimonio y contra el borrado de la heterosexualidad. Y espero, de verdad aprieto la mente y espero que esta chica trans saque la fuerza de todos los demás ejemplos y en vez de hundirse se rebele contra esa madre, que no es otra cosa que una transfóbica, y le diga: “Tú ocúpate de tu 0,3%, que yo me ocuparé del mío. Y déjame vivir en paz”.

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