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Jueves 18/04/2024  

Una feminista en la cocina

Déjame hacerte mujer

Ahora los niños de quince quieren hacer mujeres a las niñas afines que los deleitan con manos contraídas y sonrisas batientes

Publicado: 29/06/2021 ·
18:32
· Actualizado: 01/07/2021 · 18:15
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Yo no soy de nadie porque murió él. Se fue con la levedad del viento y limpio de alma, como había vivido cincuenta años. Durante la vida que compartimos, me hizo el regalo de la plenitud, la seguridad, la autoestima y la felicidad absoluta. Nunca me hizo mujer porque serlo es camino diario empedrado y lacerante. 

Dolor de cabeza.

                                                                                                                Ahora los niños de quince quieren hacer mujeres a las niñas afines que los deleitan con manos contraídas y sonrisas batientes. Dirán que los tiempos han cambiado, pero creo que no. Los tiempos se muerden la cola, se contraen y pendulean, pero no transmutan para convertirse en otra cosa sino que se disfrazan con caras nuevas, apaisadas. El hacerte  mujer no es más que pedrada en el tejado del propio yo. Nadie te hace nada, sino la puñeta. Lastrada y encadenada a un tío con quince que se cree superior porque te desvirga con la misma frialdad que R. Kelly, pero muchísima más inexperiencia.                                                                                                                                                                                                                                                            El sexo con menores-aún consentido- no te hace mujer, sino (con mala suerte) madre. Nadie te da nada que tú no te curres a pedaladas. Ni lo que se supone que pone en cualquier documento oficial con respecto al género asignado.                                                                                                                                                                                                                                                      Sé es mujer porque el cerebro así lo ha decidido, porque valoras la esperanza, la lucha, el valor y las enseñanzas de todas las que precedieron tus pasos. Es difícil ya os lo digo, mucho más que tumbarte en el salón de tus padres y dejarte que te perfore un memo que luego roneará de la hazaña con sus amigos en el patio del instituto. Pero la presión social hace que las niñas de doce quieran tener quince- y hacer cosas de dieciocho- y los valores se han diluido en una coca cola light como azucarillo.  Ahora las niñas se visten de mamarrachas con senos que despuntan los iris de desaprensivos que solo entienden de carnaza. Quieren vivir la vida que ven en las influencers que tratan el sexo como si fuera predicado de paridad, porque las hazañas de desvirgamientos son valoradas con puntuaciones virtuales. Luego, cuando sean mayores de verdad (y llevan la vida a cuestas) notarán que solo fueron caprichos del destino viciado de temporalidad. Los pechos se caen, los muslos se engrosan y sin embargo nos sentimos más mujeres que nunca… más fuertes, más contestonas y más vitales. Nunca una mujer fue más mujer que cuando la quemaron en la hoguera por su forma de vivir libre y conforme a sus ideas. Nunca más mujer que cuando has nacido sin vagina y tienen que creártela porque siempre fue tuya. Es más, no es necesario tener siquiera útero, ni ser madre, ni apalabrar cánones rácanos y difusos. A mí me hicieron mujer las circunstancias, el querer serlo, las dudas y vacilaciones, el amor y desamor, mis hijos, mis escritos, pero no un pene perforador. Los penes no hacen mujeres, sino que embisten a crías sin formar que se creen especiales por tener noviete del que presumir en círculos adolescentes. Porque el Amor está manufacturado y es muy caro de conseguir sin que valgan para ello ni tarjetas de crédito, ni fiadores, porque no hay bálsamos de Fierabrás, ni leyendas apocalípticas que nos socorran.  Es el Amor lo que nos libera ; Justo el que consigue que el sexo se convierta en algo muy diferente que cambia géneros, nombres y apellidos para ser único con categoría de tsunami. Pero eso no está al alcance de la media, porque te escoge y glorifica y luego te deja llorando bajo la lluvia, rancio de humedades y seco de lágrimas.                Porque el que murió sin haberle hecho daño a nadie en su vida, no me hizo mujer. Pero sí labró mi mente con expansiones y objetivos; Creyó en mí y me apoyó tanto y de tal forma que lo creí inmortal e intemporal. La vida -que es perra de lujuria sin que sea más que degustadora de sexo pagado- me lo arrebató para convertir mis ganas de charla de madrugada en profuso llanto,  pero ni aun así dejé de ser mujer, ni de luchar por los míos.                                                                                                                                                                                                                          Sigo siéndolo como muchas que en soledad cabalgan en armonía o disentimiento con el mundo. Por los nuestros. Por nosotras. Ladran para marcarnos en ritmo mientras vencemos.

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