Comenzado el mundial de Qatar, la polémica está por encima de lo deportivo. Hay muchos temas que orbitan alrededor de este acontecimiento y el país de celebración, que generan controversia, todos relacionados con las restricciones de los derechos humanos, que intentan justificarse apoyándose en la religión y en la cultura.
Todos los medios se han hecho eco de las violaciones de los derechos humanos que se producen en ese pequeño país, concentradas, sobre todo, en grupos como los trabajadores, las mujeres y la población LGBTI.
Pero la elección de este país como sede de un mundial de fútbol, lamentablemente, es una historia que se repite. En 2018 Rusia organizó el Mundial justo dos años después de haber masacrado a la ciudad de Alepo, y en 1978 la albergó Argentina, siendo ésta una dictadura militar.
Esto lo ha destacado el presidente de la FIFA Gianni Infantino, en unas declaraciones ante la prensa, donde habla de la hipocresía de la sociedad occidental y de la poca capacidad de entender y aceptar otras culturas.
Dejando aparte el tema de la hipocresía, que puede dar para otro artículo, no creo que sea correcto intentar defender esa vulneración de derechos humanos apoyándose en la diversidad cultural. No es cultura, son derechos universales.
Las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres en todas las culturas. La cultura no puede justificar la pena de muerte a una persona que mantiene relaciones sexuales con otra de su mismo sexo. No puede llevar a la explotación de trabajadores, haciéndoles trabajar y vivir en condiciones infrahumanas, que le provocan incluso la muerte.
En cuanto a la hipocresía, no voy a entrar a discutir esa doble moral de la sociedad occidental y tampoco que las protestas lleguen tarde (recordemos que Qatar se eligió sede en 2010), pero esas protestas son lícitas y necesarias. Esto no es incompatible con levantar la voz y exigir que se respeten los derechos humanos.
Ya no podemos volver atrás y evitar la celebración del mundial en un País como Qatar. Tampoco la muerte de los centenares de trabajadores que trabajaban para hacer realidad dicha celebración. No podemos volver atrás, pero la celebración de este mundial puede servir para resaltar lo que se vive día a día en Qatar y el ambiente sumamente hostil y represivo en el ejercicio de derechos humanos y, debería servir de empuje para que los cambios que están mejorando estas situaciones, sigan creciendo y llevándose realmente a cabo. El silencio en este aspecto, por parte de algunos organismos no solo no ayuda, sino que es vergonzoso.
Quizás este artículo de actualidad forme parte de la hipocresía. Es difícil no pensar que, cuando la copa del Mundo acabe, los ojos del mundo apuntaran en otra dirección.