Felipe González, como muchos otros políticos de su partido y de la oposición, comienza así una nueva vida, al lado de una mujer veinte años más joven que él, guapa, simpática, madre de dos chicas de 20 y 21 años. Atrás quedan los recuerdos de sus primeros pasos como político, como jefe de la oposición, como presidente del Gobierno durante 14 años, siempre al lado de una mujer guapa e independiente, que luchó por ser ella misma antes y después de llegar a La Moncloa. Algo que consiguió no sin dificultad pues la tendencia en aquellos años de clandestinidad y primeros de la transición era que las mujeres de los políticos se convirtieran en apéndices de su cónyuge.
Quiero pensar que a Carmen Romero la noticia de su separación no le ha cogido por sorpresa, pues bien sabía del carisma de Felipe con las mujeres, del interés que despertaba entre aquéllas que veían en el líder del PSOE una especie de dios de carne y hueso, con sus grandezas y sus debilidades.
Me consta, eso sí, que les ha dolido, tanto a ella como a sus hijos, la forma en que se ha dado a conocer la relación de su todavía marido con Mar –en el programa de la periodista Ana Rosa Quintana lo contó Paloma Barrientos–, que se diga que Felipe ya había abandonado la casa común de Somosaguas, en Madrid, cuando lo cierto es que hasta día de hoy todavía no ha sacado sus pertenencias.
Verse asediada día y noche por cámaras y fotógrafos, en boca de todos los contertulios de los programas del corazón, en portada de periódicos y revistas, es algo que nunca creyó Carmen que le pudiera ocurrir a ella, que ha luchado siempre por mantenerse al margen de la fama y de la popularidad.
Ahora falta por ver cómo soportará Felipe la presión mediática a la que le van a someter, él que está acostumbrado a moverse con total libertad, sin que nadie le pregunte dónde va o de dónde viene. Si será capaz de sonreír cuando le pregunten una y otra vez “por cómo va lo suyo con Mar”.
Supongo que son situaciones que habrá previsto y a las que sabrá hacer frente, porque de lo contrario le espera un verdadero calvario aunque su estatus de ex presidente –escolta, etcétera– le pueda facilitar algo las cosas. No igual pero sí muy parecido al que sufrió Miguel Boyer cuando se supo que salía con Isabel Preysler. Quizá fuera bueno que Felipe González y Miguel Boyer se tomaran un cafetito para que éste le diese algunos consejos sobre cómo poder burlar a la prensa, antes de que le dé un ataque de nervios.