Con vítores a la democracia, aplausos y algún “viva Franco”, esta estatua de bronce, de más de cinco toneladas de peso y doce metros de altura, incluido el pedestal, ha dejado de presidir la plaza del Ayuntamiento santanderino tras 44 años.
El desmontaje de esta escultura, la única con Franco a caballo que estaba en un espacio público en España una vez retiradas sus gemelas de Valencia y de los Nuevos Ministerios de Madrid, se desarrolló con normalidad.
En ese tiempo, cientos de ciudadanos permanecieron de pie, incluso bajo una persistente lluvia, contemplando cómo se realizaban las labores de retirada, que han sido complejas porque se ignoraba cómo eran los anclajes del bronce a la piedra del pedestal.
La espera de cinco horas transcurrió sin incidentes, excepto cuando un hombre accedió con una bandera de Falange al recinto vallado, al que sólo podían entrar los operarios de la obra, sin que nadie se lo impidiese.
Ya en el recinto, el hombre logró subirse al pedestal, mientras los operarios trabajaban, desplegó allí su bandera de Falange e hizo un saludo con el brazo en alto.
La Policía Nacional consiguió que el hombre bajara de la estatua sin que se produjeran más altercados, excepto algunas discusiones entre los presentes, ya que unos consideraban que la efigie de Franco era historia y, por lo tanto, debía permanecer en la plaza y otros opinaban que nadie tiene porqué ver todos los días la imagen de un dictador.
“¡Así disfrutan ustedes, con mamonadas como ésta!”, aseguraba un hombre mayor defensor de que la estatua siguiera en su lugar, a lo que un joven, a favor de la retirada, le contestaba: “Nunca respetaron a nadie y siguen igual”.
Eran las 9.30 horas en punto, como había anunciado el Ayuntamiento, cuando cinco operarios subieron al pedestal de piedra sobre el que está la estatua para colocarle unos arneses, ya que ni la empresa encargada de la obra conocía cómo estaba anclada y si había peligro de que se cayera al quitar algo de piedra.
Pero no fue así. Esta estatua de bronce, esculpida por José Capuz, estaba anclada fuertemente a la piedra y llevó más de cuatro horas soltarla con martillos percutores y sopletes.