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Del “eje andaluz” a la ITI

La ITI la han explicado tan mal desde un principio que ha terminado sonando a lo mismo: barreras ideológicas -entre la Junta y el Gobierno central-, localismos insufribles -ayuntamientos molestos porque unas ciudades reciben más dinero que otras- y dependencia administrativa; pero, ¿es lo mismo o la

Esta semana se ha celebrado en Córdoba un encuentro en el que han participado los alcaldes de cuatro grandes ciudades andaluzas: Sevilla, Málaga, Granada y Córdoba, en torno a las cuales han configurado lo que ha llegado a denominarse como el “eje de las grandes ciudades de Andalucía”.

Hace unos tres años, en la provincia de Cádiz, surgió un movimiento similar, la Plataforma Logística del Sur de Europa, aunque limitado en este caso a la implicación de las ciudades más importantes de la provincia y bajo un predominante signo político, el del PP, lo que convertía al experimento en la crónica de una muerte anunciada, como se ha puesto de manifiesto con los cambios de gobierno producidos en todos los municipios implicados a excepción de Algeciras.

A diferencia del proyecto logístico, el nuevo “eje” andaluz no sólo rompe con las barreras ideológicas -dos ciudades las gobierna el PSOE y otras dos el PP-, sino con las del localismo provinciano, que tantas e innecesarias confrontaciones han causado durante los últimos treinta años en contra de la propia lógica o de un mínimo de sensatez, y con las de la propia dependencia administrativa, llámese la Junta de Andalucía o el Gobierno central.  

Según se desprendió de la citada reunión en Córdoba, cada uno de los alcaldes no reparó a la hora de elogiar las infraestructuras de las demás ciudades implicadas o su capacidad para la atracción de turistas; entre otras cosas porque lo interpretan como una oportunidad para complementarse unas a otras en busca de la creación de una gran macroárea urbana andaluza que acreciente los atractivos de cara a futuros inversores y futuros visitantes, algo a lo que difícilmente optarían caso de seguir afrontando una causa, que es común a las cuatro ciudades, de forma independiente.

El movimiento estratégico posee, pues, una trascendencia que va más allá de los gestos, porque aunque algunas de las decisiones no dejen de serlo por sí mismas, trascienden la puesta en escena; la principal, que son los propios ayuntamientos los que dan el paso al frente, los que han decidido liderar una iniciativa que depende exclusivamente de su decisión y no de ayudas subsidiarias.

Habría que preguntarse, con riesgo al bochorno, por qué Jerez no forma parte de esa alianza de grandes ciudades andaluzas. Cualquiera diría que se ha quedado fuera por los pelos, ya que es la quinta ciudad andaluza y solo la separan de Granada 24.000 habitantes, aunque lo que parece evidente es que ni está ni se la espera, entre otras cosas porque de momento sigue en fase de estudio y análisis qué modelo de ciudad quiere llegar a ser. No hay que olvidar que el famoso eje comenzó por la confluencia entre Málaga y Sevilla, hasta que Córdoba y Granada levantaron la mano y pidieron paso. Ojalá Jerez hubiera hecho lo propio, y que en vez de pedir permiso para que se airearan nuestros 34.000 demandantes de empleo, nuestra tasa de paro y la renta media familiar, se hubiese hecho promoción de nuestros méritos y de nuestras posibilidades. Claro que poco éxito cabría albergar igualmente a sus aspiraciones si tenemos en cuenta que aún vivimos en una provincia atrapada o desconectada por el peaje que permite el acceso directo a la capital andaluza.

Frente a ese eje, frente a esa indetidad en común y frente a la decidida valentía de esas cuatro ciudades andaluzas, Jerez y la provincia han optado por entregarse a la ITI, la Iniciativa Territorial Integrada: más de 1.200 millones de euros disponibles hasta 2023 para modernizar a la provincia, relanzar su actividad económica y contribuir a la creación de empleo. Pero la han explicado tan mal desde un principio  -hasta el nombre, ITI, suena mal-  que ha terminado pareciendo lo mismo de siempre: barreras ideológicas -entre la Junta y el Gobierno central-, localismos insufribles -ayuntamientos molestos porque unas ciudades reciben más dinero que otras- y dependencia administrativa -sólo nos falta Lolita Sevilla para recibir los fondos “con alegría”-.

Y lo cierto es que podría ser la oportunidad para crear nuestro propio eje desde el que configurar nuevas alianzas en el futuro, aunque todo dependerá de la propia madurez de cada ayuntamiento y de cada sector económico para derribar obstáculos que hasta ahora parecen imprescindibles.

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